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JOPUNTUA

Rollo reptilianas


En un muro esquinero de Barañain, persiste un arcoíris de tiempos de Oihaneder Indakoetxea. Sus colores gritan posibilidad y esa posibilidad molesta a algunos que escribieron encima: respeten, feminazis. Tan nazis no seremos si nos pedís respeto. A un nazi que va a por ti no te atreves a suplicarle nada: huyes mientras puedes, como si te persiguiera un zombie. Llamarnos nazis a las oprimidas me parece un insulto hasta para los nazis.

Laura Freixas habla de «una reacción machista visceral o vía de escape contra el empoderamiento de las mujeres, cuando en realidad no tenemos poder ni armas. La violencia legítima y la ilegítima están ambas en manos de hombres, como el poder político y religioso. Me sorprende la visión terrorífica de las mujeres poderosas, una pesadilla masculina muy poco justificada por la realidad».

Hasta hace poco, las feministas éramos consideradas socialmente una secta nutrida por amargadas, cargantes, fanáticas e iracundas adefesias, más ridículas que peligrosas. Confiaban en que siempre seríamos una minoría fosilizada entre todas las mujeres, pero siempre nunca es siempre. Ahora, multitudes son feministas, y hemos pasado a ser señaladas como tremendamente peligrosas por una reacción que nos acusa de haber ido tomado el control sin que nadie se diese cuenta. Rollo reptilianas.

Resulta que tras aquella apariencia de marginadas gritonas a las que nadie hacía ni puñetero caso, se escondía una conspiración en la sombra a gran escala para ir ahogando existencialmente a los hombres, pervertir la infancia, despreciar la heterosexualidad y abolir la familia.

Ha resurgido en toda su paranoia el miedo patriarcal a que, dentro de cada mujer, haya una mantis religiosa justo cuando hemos logrado al fin que la sociedad mire la violencia machista que la atraviesa. Pasó también en plena agitación sufragista.

Por algo Theda Bara, la mujer más fatal del cine mudo, aclaraba: «tengo la cara de una vampiresa, pero el corazón de una feminista».