Ramón SOLA
TRAS LAS ELECCIONES DEL 12J

La victoria de Urkullu en 2020, en el espejo de la de Barcina en 2011

Con tres ciclos enteros agotados (2011-12, 2015-16 y 2019-20), la mayor noticia de esta década electoral en Euskal Herria ha sido el vuelco desencadenado en Nafarroa en 2015. Fue un giro que no se atisbaba siquiera hace nueve años, al arrancar esta historia, pero que ofrece algunas pistas para releer la fotografía resultante en la CAV este pasado 12J.

Cuando el 22 de mayo de 2011 Yolanda Barcina ganó las elecciones y se convirtió en presidenta navarra tomando el relevo a Miguel Sanz, el establishment navarro lo celebró como un mero trámite. Con la tranquilidad de quien veía abrirse otra larga era de «estabilidad», tras una presidencia que se había estirado nada menos que 15 años (si agota esta legislatura Urkullu llegará «solo» a 12). A ese establishment no pareció inquietarle que, antes incluso del factor propulsor del fin de la lucha armada de ETA, la minoría abertzale hubiera logrado su mejor resultado histórico; ocho escaños de Nafarroa Bai y siete de Bildu sobre 50, con casi un 30% del voto entre ambos. Tampoco que la cola del paro estuviera disparándose hasta más allá de 50.000 personas (el doble de lo que teníamos antes de esta pandemia) ni que el ajuste del Ejecutivo Zapatero lo estuviera aplicando el Gobierno navarro con tijeras aún mayores. Lógicamente, menos aún reparó en que el régimen estaba carcomido por la corrupción, ni en que en Nafarroa emergía una nueva generación muy alejada de sus modos autoritarios y sectarios, por ejemplo de su fobia al euskara, a la ikurriña o a las fiestas populares.

Cuando este pasado domingo Iñigo Urkullu ha ganado sus terceras elecciones en la CAV y el PNV las decimoterceras consecutivas, todos esos factores están de uno y otro modo sobre la mesa: la alternativa pujante de EH Bildu, la crisis económica de la pandemia que se abordará sin duda con más recortes si no se quiere hacer con más impuestos a los ricos, los lastres del clientelismo, los valores emergentes del feminismo y la ecología... Lo que obviamente no está escrito es que en la CAV allá por 2024 vaya a producirse el vuelco de la Nafarroa de 2015. Por ejemplo, ese caldo de cultivo alternativo podría no acabar de estructurarse y operativizarse. También podría ocurrir, aunque quizás sea más improbable, que Urkullu vire...o que lo haga el PNV.

El quesito del PSE. Retomemos el hilo de la Nafarroa de hace una década para recordar cómo gestionó Barcina aquella coyuntura aparentemente plácida. Sanz le había dejado el camino trazado con aquella «teoría del quesito»: si según sus cálculos los abertzales siempre estarían en una cota cercana al 25%, era inviable pensar que la derecha navarrista sumaría el 66% del 75% restante, así que lo realista era priorizar una entente eterna con el PSN que garantizase la mayoría absoluta al statu quo. Sanz lo tenía tan claro que en 2008 forzó artificialmente la ruptura UPN-PP, una fusión que venía desde 1991, el principio del aznarismo; así restaba al PSOE una excusa para no pactar en Nafarroa. Con ello seguirían saliéndole las cuentas.

Barcina le hizo caso inicialmente y ató al PSN con un gobierno de coalición. Pero la prepotencia, mala consejera, le llevó a mandar de noche un motorista a casa de Roberto Jiménez, socio y vicepresidente, con la carta de dimisión apenas un año después, al primer rifirrafe. (Jiménez se la guardó e intentó después una moción de censura impedida desde Ferraz. Aunque Alfredo Pérez Rubalcaba siga siendo evocado como icono de sagacidad política, está claro a quién da la razón en el PSOE la historia posterior: si en Iruñea manda hoy María Chivite es por haber roto amarras con UPN).

Cerrado este paréntesis, lo relevante del asunto desde el prisma actual de la CAV es que aquel pacto UPN-PSN era contranatura y a la defensiva, destinado a caducar o a ser superado por la realidad social. Como lo es el acelerado ahora por Sabin Etxea, pagando como peaje el nuevo estatus. Por su parte, el PSE de Mendia sigue la estela de Rubalcaba y acepta ser el trozo que falta al lehendakari, a riesgo de ser engullido... o de que el queso acabe en puro moho.

Recortes y corrupción, dos caras de la misma moneda. El principal ámbito en que encalló el intento de trasplantar a Nafarroa el «barcinato» que llevaba una década arrasando electoralmente en Iruñea fue el económico. Resumido en una moneda de dos caras: mientras el Gobierno hacía recortes y más recortes en ámbitos como la sanidad, en el envés se revelaba el descaro con se había vaciado la CAN hasta hacerla desaparecer, una combinación que hizo estallar a una ciudadanía navarra especialmente sensible en moralidad en la gestión pública.

Ambas cuestiones van a interpelar en los próximos tiempos al Ejecutivo de Urkullu en la CAV. La merma de un 18% en la recaudación, según los cálculos del consejero Pedro Azpiazu, no va a poder ser paliada solo con un incremento de la deuda, como ha dicho en campaña el reelegido lehendakari. Y la pandemia no solo obliga a no recortar, sino a gastar más en sanidad.

En este contexto, en la otra cara de la moneda el PNV no ha sido nada contundente con prácticas corruptas ya condenadas o aún por juzgar (como la OPE, doblemente sensible ahora al ser en Osakidetza). Resulta elocuente que el Parlamento de Gasteiz siga sin debatir sobre el «caso de De Miguel», la mayor trama corrupta de la CAV en décadas, pasados ya siete meses de la sentencia. O que no exista todavía una explicación de cómo Lakua dejaba acumular a una empresa más dinero al año que el que el gobierno invertía en gestión de residuos, hasta acabar reventando un vertedero y llevándose por delante dos vidas humanas. O que no haya logrado saberse por qué los test de la UPV-EHU fueron relegados. «El corralito foral» en el que Iván Giménez diseccionó el ecosistema clientelar del régimen navarro, con sus conexiones políticas y económicas, está por escribirse en la CAV.

Agendas nuevas y otra que sigue ahí. Al recordar la historia de su derrumbe electoral de 2015, cuando UPN acabó teniendo como principal alcaldía Cintruénigo, no hay que perder de vista que aquello ocurrió sobre todo porque dejaron de votarle los suyos. Javier Esparza, a quien a la desesperada acabó cediendo su silla Yolanda Barcina, solo cosechó 92.000 apoyos cuando ocho años antes Sanz había sumado casi 140.000. El año pasado Esparza volvió a un resultado clásico, 127.000 votos y 20 escaños gracias el tripartito Navarra Suma, pero ya no le valen como antaño porque la relación de fuerzas y las alianzas han cambiado, posiblemente para siempre.

A cuatro años vista, en la CAV sería una estupidez trazar algún tipo de proyección electoral, pero sí se pueden constatar tendencias ligadas a cambios generacionales: las y los nuevos votantes vienen en morado y verde, dos valores que han venido a quedarse. También se puede anticipar, se está viendo en el Congreso, que los vetos a ciertas alianzas van cayendo en desuso, algo que no previó Sanz con su quesito. Y no es aventurado anticipar que temas como ETA, cada vez más forzados ya, acabarán desapareciendo de la agenda, o al menos abordándose de otra forma muy diferente.

Frente a todo ello, el resultado del 12J deja otra conclusión: no hay mayoría parlamentaria soberanista porque el PNV no quiere, pero sí hay una pulsión social soberanista que Urkullu no ha logrado enterrar, porque en caso contrario PSE, EP y PP habrían tenido mejor resultado.

Y el factor personal, nunca desdeñable, Urkullu tendrá mucho que decir en la evolución de esta legislatura, como en su día lo tuvieron Sanz y Barcina... para mal. El episodio del motorista es solo una señal más en la carrera de la última presidenta de UPN, plagada de tics autoritarios y caracterizada por un arribismo que acabó retratándola ante la mayoría del partido como una intrusa. Sanz también se pegó varios tiros en el pie: ¿quién no recuerda cómo descalificó la devolución de 400 euros de la renta por Zapatero afirmando que «dan poco más que para una cena»?

El pedigrí de Urkullu en el PNV es incomparablemente mayor que el de Barcina en UPN. Resulta mucho más dudosa su capacidad de empatía, interna y externa. En el partido, su liderazgo emergió igual que el de Sanz, «matando al padre» en las figuras de Juan José Ibarretxe y Juan Cruz Alli respectivamente, y se ha asentado con mano de hierro en un espacio en que no faltan clanes. Fuera del partido, quien quiera hacer repaso puede empezar por sus encontronazos con los sindicatos o trabajadores de Osakidetza, seguir con su relación con las familias de Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán o con la de Iñigo Cabacas y acabar rememorando el caso del presidente de la Eusko Etxea de Nueva York. Al lehendakari de la CAV le gusta más controlar que controlarse; doble problema.