AUG. 09 2020 JO PUNTUA El tren de la historia Irati Jimenez Escritora La revolución industrial había anunciado la era de los ferrocarriles a mediados del siglo XVIII, pero la historia del transporte de viajeros arrancó con el viaje intercity Liverpool-Manchester del 15 de setiembre de 1825, cuando el silbato anunció una nueva modernidad marcada por la reducción de las distancias geográficas, la ampliación de la distancia entre clases y la vertiginosa aceleración de los tiempos. En España, el tren de la historia llegó a su cita con el progreso como lo ha hecho desde el principio del fin de su Imperio: fieramente impuntual y, como demuestra la decisión de implantar un ancho de vía distinto al europeo, peligrosamente mal preparada. En 1851, veintiseis años después de la llegada del tren a Manchester, el Congreso de los Diputados español aprobó el «ancho ibérico», una medida de 1.668 milímetros que equivalía a «seis pies castellanos», los suficientes para que sus avances se detuvieran justo donde debían abrirse; a las puertas del continente europeo, donde se habría podido evitar gran parte del problema. Los ingenieros de caminos que asesoraron al Gobierno no habían visto nunca un tren, no sabían inglés y basaron su informe en datos escasos e incompletos. En lo que va del siglo XIX al XXI España no ha conseguido actualizar esas vías, del mismo modo que no ha aclarado por qué murieron ochenta personas en el accidente de 2013 del tren de Santiago o cómo resolver el «problema ingenieril de la arena» con el que se encontró el consorcio de doce empresas que ganó la licitación del AVE La Meca-Medina gracias a la intervención de un sátrapa que antes ponía su cara en el dinero ajeno y ahora tiene la cara de ocultarnos el suyo, que podría servir para pagar los 73.000 millones de euros que quedan por invertir en la alta velocidad española, primera del mundo tras China en kilómetros y una de las más infrautilizadas. Creo que el tren ilustra España a la perfección, pero qué voy a decir yo, si mi abuelo y otros hombres como él construyeron sus vías como esclavos del fascismo. En España, el tren de la historia llegó a su cita con el progreso como lo ha hecho desde el principio del fin de su Imperio: fieramente impuntual y peligrosamente mal preparada