EDITORIALA
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Responsables que no regañen a la gente ni se desentiendan

Los datos del coronavirus en Euskal Herria son lo suficientemente malos como para que se tome conciencia de la situación y cada cual se haga cargo de sus responsabilidades. Todo el mundo: las personas de las responsabilidades particulares, las comunidades –familias, empresas, escuelas y todo tipo de grupos sociales– de las comunitarias, y los responsables políticos de las institucionales.

Escuchar, por enésima vez, a la consejera de Sanidad en funciones del Gobierno de Lakua, Nekane Murga, regañar a la ciudadanía, haciendo como si su única responsabilidad fuese lavarse las manos, llevar mascarilla y mantener las distancias, es desesperanzador. Las medidas que ha tomado su Administración no están funcionando. En contra de lo que piensa ella, no es solo un problema de comunicación, que no se expresa bien, que no acierta con las palabras. Es un problema político serio, de no entender que ella es la responsable última de la situación sanitaria de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Seguramente la semana que empieza mañana se sabrá qué personas conformarán el nuevo Ejecutivo de coalición entre PNV y PSE. Hasta ahora se ha debatido sobre cómo será el reparto de poder entre los socios, si Iñigo Urkullu aceptará alterar la estructura de gobierno para tener a Idoia Mendia como vicepresidenta, o si Iñaki Arriola seguirá de consejero, a pesar del descontrol del vertedero de Zaldibar. Eso ha desviado la atención del que ha sido el mayor problema del Ejecutivo Urkullu en esta pandemia: mantener en la portavocía a Murga, que se ha demostrado incapaz de transmitir un mensaje congruente, comprensible, eficaz y empático.

Por contraste, los datos del covid-19 en Nafarroa no son muy distintos de los de las otros tres herrialdes en ningún indicador, pero la percepción sobre cómo está gestionando la pandemia el Gobierno de Chivite es notablemente mejor que la del de Urkullu.

Incapaz de recoger ningún tipo de crítica y responder ponderadamente, hasta las cosas que este Gobierno o el Departamento de Salud han hecho bien han quedado devaluadas por ese enfado permanente y esa manía de echar balones fuera. A estas alturas, mantener a Murga en el cargo sería incompresible, pero no sorprendente.

Retos inmediatos, en perspectiva

No estamos en marzo. Los problemas y los retos ahora son otros. Tras haber superado, gracias al capital humano y a su sobreesfuerzo, el mayor test de estrés imaginable, el sistema público de salud vasco no parece estar en riesgo de colapso, por ahora. Mantener la economía en marcha es crucial para sobrevivir a la crisis. Con una situación epidemiológica mala en muchas zonas del país, el inicio del curso va a ser muy problemático, tanto por la parte logística como por la emocional. La falta de previsión que están demostrando es preocupante.

Los objetivos generales están claros, pero es evidente que las medidas tomadas por las administraciones vascas no han servido para mantener la pandemia bajo control. Son conservadoras. Está por ver si serán suficientes para mantener a flote la economía y el empleo.

Es evidente que una parte de la sociedad vasca no está atendiendo a las medidas de prevención. Desde empresarios que no cumplen con los mínimos protocolos –lo de Tutera es delictivo–, hasta jóvenes que celebran fiestas alternativas sin cuidado –como demuestran algunos brotes–, pasando por familias que siguen sin tomar las precauciones necesarias o los problemas que provocan la movilidad y el turismo. Con que algunos no cumplan la situación se complica mucho.

Sería terrible que se diesen los nuevos índices de muertos por asumibles, a la espera de una solución mágica derivada de la vacuna. Hay que combatir esa tentación administrativa y social. De momento, la manera de comunicar los fallecimientos, sin contexto y a una semana vista, no es una buena señal. La vía sueca sin debate ni transparencia es doblemente inasumible.

Lo más triste e incomprensible de esta segunda ola es que el virus haya vuelto a entrar en las residencias de personas mayores. Es responsabilidad de las administraciones y un fracaso colectivo. Tras la primera ola, con tantas muertes y sin un balance claro, sin explicaciones ni medidas, los familiares se centraron en arrancar su duelo y los trabajadores siguieron cuidando a estas personas. Ha primado el respeto y, quizás, la vergüenza. En adelante, debería primar la responsabilidad.

De todo ello deberían reflexionar los gobiernos, sin culpar a la gente de todo y sin desentenderse de nada.