Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

La liberación en la voz

Después de un comienzo desastroso, la 77ª Mostra empezó a recomponerse. Lo hizo sacando a pasear la artillería pesada. Apareció la presidenta del jurado, Cate Blanchett, una de las reinas del planeta cine, para hacernos sonreír (a pesar de las mascarillas). «Las plataformas online ya han tenido el monopolio del séptimo arte durante seis meses», proclamó la formidable actriz, «ha llegado el momento de que las salas vuelvan a entrar en juego», sentenció. La platea, claro, estalló en una ovación que tuvo algo de catarsis colectiva.

Porque a pesar de todo, aquí estamos, de nuevo, en estos templos que nos dan y nos quitan la vida... y que desde luego le dan sentido. Pero hubo más: acto seguido, subió al escenario Tilda Swinton, deslumbrante regente de un planeta alienígena, para recoger un merecidísimo León de Oro Honorífico a una carrera trufada de trabajos memorables, excelsos... y que como se vio a continuación, todavía va sobrada de combustible.

Ya que estábamos todos reunidos, aprovechamos para ver “La voz humana”, nuevo trabajo de Pedro Almodóvar protagonizado, precisamente, por Tilda Swinton. Se trataba del primer trabajo del director manchego rodado en inglés; un mediometraje de apenas media hora de duración que adaptaba –libremente–, como ya hizo Roberto Rossellini en “El amor”, una obra de Jean Cocteau.

Almodóvar, un maestro en apabullante plenitud de sus facultades, retomaba uno de sus textos favoritos (pues este ya asomó en “La ley del deseo” y en “Laberinto de pasiones”). Lo hizo primero para lucir su extraordinario estado de forma; después para elevar, más aún, el talento de su actriz protagonista. La fotografía y la escenografía nos hipnotizó con esos rojos inconfundibles de José Luis Alcaine, la música de Alberto Iglesias nos condujo hábilmente por la agitada pista emocional de la historia... y evidentemente, Tilda Swinton hizo con nosotros lo que quiso. Enganchada a los cascos inalámbricos con los que se comunicaba con su amante, ennobleció el arte del melodrama, y de paso, remató la faena prendiendo la llama de una liberación femenina que debe servir para que el cine, este objeto de deseo, siga volando.

Y lo hizo, pero de aquella manera. Ahora sí, empezó el concurso para conquistar el León de Oro. En este sentido, la jornada nos dejó con el agridulce sabor de la cal y la arena. Primero, la directora bosnia Jasmila Zbanic presentó “Quo Vadis, Aida?”, solvente (por devastadora) crónica del horror vivido en Srebrenica durante la Guerra de los Balcanes. Un drama humano apuntalado en una muy sólida dirección de actores, en una puesta en escena asfixiante y en un incorruptible sentido a la hora de arropar a las víctimas... y de señalar a sus verdugos.

Por desgracia, después vino la franco-argelina Nicole Garcia con “Amants”, irrisorio drama romántico concretado en un triángulo amoroso trazado a base de carambolas y giros de guion igualmente ridículos. Un vergonzoso recordatorio de que la comedia involuntaria acecha tras cada mala decisión de guion y dirección, algo en lo que Garcia es una experta.