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EDITORIALA

Una amenaza inédita que altera todo cálculo y obliga a actuar


A estas alturas, nadie se atreve a afirmar taxativamente quién ganará las elecciones en EEUU del martes que viene, el 3 de noviembre. Cuidado, porque solo un 22% de los norteamericanos creen que estas elecciones serán «libres y justas». Donald Trump ha amenazado con que solo legitimará el resultado si vence él, lo que es a la vez un nuevo gesto totalitario, una declaración de intenciones y una maniobra audaz.

Trump ataca así la premisa de que su presidencia ha sido un error del sistema. Le sirve además para sembrar la duda y alargar la batalla si el resultado no es inapelable. El gesto subversivo del presidente impone un marco al Partido Republicano para la siguiente legislatura, en caso de que le toque pasar a la oposición. Nadie descarta, tampoco, un escenario de violencia supremacista.

Pronósticos claros que nadie sostiene del todo

La prospección de “The Economist” considera que Joe Biden tiene un 92% de probabilidades de vencer frente al 8% de que Trump reproduzca la remontada que le aupó a la Casa Blanca. Florida, dicen, será clave. Aún así, recuerdan que en este momento de la campaña en 2016 las cifras eran similares, a favor de Hillary Clinton. Pero nadie se fía, porque la polarización lo ha cambiado todo.

Todos los indicadores favorecen la tesis de que el voto demócrata se ha movilizado. Más de 85 millones de personas han votado de forma anticipada. Es el 62% del total de quienes votaron hace cuatro años. De estos, cinco millones son jóvenes. Según una prospección de Harvard Youth Poll, el voto joven podría crecer 17 puntos respecto a los anteriores comicios, del 46% de hace cuatro años hasta un 63%. El voto de personas afronorteamericanas se ha multiplicado por seis.

Todo, –las encuestas, las tendencias, los debates…–, indica que la revancha democrática se consumará. El histérico derechista se enfrenta al combinado más moderado y financieramente dopado que podía presentar el Partido Demócrata: Joe Biden y Kamala Harris. Son halcones orgánicos. El establishment no quiere arriesgar y ha tumbado de nuevo la candidatura de Bernie Sanders, aunque eso le trajo consecuencias fatales en 2016.

No obstante, hay que recordar que hace cuatro años Hillary Clinton sacó casi tres millones más de votos que Trump. Que tras cuatro años nefastos, en medio de una pandemia que ha dejado en evidencia la pésima gestión y las falacias del Ejecutivo Trump, tras sucesivas purgas y escándalos, repitiendo las mismas maniobras que en la campaña anterior, que nadie se atreva a afirmar no ya que Biden ganará, sino que Trump perderá, muestra la escasa confianza que el mundo tiene hoy en día en la cultura democrática norteamericana.

Votar es la penúltima acción de este proceso

A pesar de todo, el socialismo democrático que engarza con las grandes tradiciones de lucha norteamericanas, desde los derechos de los trabajadores hasta el feminismo, sigue creciendo en todos los sentidos. Hoy en día vertebra a los movimientos que demandan cambios profundos, marca la agenda en temas importantes, ofrece un contrapunto a la concertación, cada vez tiene una mayor representación institucional y engancha con las generaciones más jóvenes. El futuro de ese movimiento pasa en este momento por derrocar a Trump.

Si Trump pierde será, sobre todo, gracias a la rebelión de las mayorías transversales, desde socialistas hasta cristianas, que desde el primer momento se han movilizado para defender valores, derechos y libertades frente al racismo, la misoginia, la corrupción y el autoritarismo. Tras estos cuatro años de confrontación, llega el momento de derrotarlo en las urnas.

La población afronorteamericana y la lucha contra el racismo han adquirido un protagonismo inédito. La derrota de Trump es imprescindible para avanzar en la igualdad y la justicia. A partir de ahí, si perseveran esas luchas avanzarán. No depende de lo que voten, sino de lo que hagan a partir del resultado. Sea el que sea.

Noam Chomsky ha señalado que Trump es un «maníaco sociópata», que provoca un «deterioro democrático» que no tiene «precedente histórico en el funcionamiento de una sociedad democrática». La forma en la que Trump niega la emergencia climática le hace especialmente peligroso para la civilización y la humanidad. Tras cuatro años en la Casa Blanca, nadie en la izquierda puede hacerse el despistado. Trump no es el candidato que se enfrenta al sistema, es el presidente protofascista que mejor refleja la descomposición del mismo.