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El Relato unívoco


Del «Relato» depende la Historia y de la Historia, la oficial y la otra, la maldita, también depende la formación y solidez del más profundo de los sentidos al que aspira cualquier colectividad humana: el de ser un pueblo que sueña ser, estar y vivir libre. Que sueña desarrollar su cultura, su idiosincrasia y su manera de relacionarse con su código comunicativo, que pretende alcanzar objetivos de bienestar social e igualdad humana y de mantener y establecer lazos de amistad y solidaridad con el resto del mundo. El «Relato» configura, por lo tanto, el «currículum vitae» de una nación que se precie de serlo.

También se puede aseverar, sin lugar a dudas, que la narración de la Historia constituye uno de los pilares fundamentales sobre los que descansa el «Poder». Es un hecho comprobado que muchos pueblos desaparecieron bajo toneladas de párrafos colonialistas de los escribas griegos, romanos, germanos, godos, árabes, ingleses, franceses y, cómo no, hispanos. Pueblos enteros que, sin su Historia, simplemente desaparecieron de la misma y pasaron a ocupar el imaginario de antropólogos, etnólogos y salas de museos. Pueblos que los relatores y sus subjetividades maldijeron y condenaron al esclavismo y a la inanición. Del «Relato», en pocas palabras, y aunque parezca exageración, depende el futuro devenir del pueblo relatado.

Y hete aquí que, durante los últimos meses de este pandémico año se ha registrado un inusitado aumento de francotiradores del «Relato» correspondiente a la historia más o menos reciente de Euskal Herria y que como protagonista, sin derecho a un Oscar, se centra en ETA y como co-protagonista en la izquierda abertzale. Curioso que sea ETA objetivo, años después de su desaparición y no lo fuera tanto cuando puso fin a su violencia armada y, más sorprendente, que las críticas más acerbas –el «Relato» es monocorde y cansino en intentar demonizar a la organización armada– recaigan en la izquierda abertzale.

Al parecer, la chispa del afán narrativo de re-historiar los últimos años de Euskal Herria, puede situarse en la difusión de la novela "Patria", de gran éxito en el Estado español, a pesar de ser un producto literariamente malo y de vender todo un catálogo de estereotipadas falsedades, en el que se intenta retratar el fenómeno ETA como algo surgido desde la más absoluta oscuridad ideológica, y que aglutinó en sus filas a miles de voluntarios vascos gracias a una psicopatía aguda de origen desconocido. Después de esta patada literaria a la Historia de Euskal Herria, llegó todo un aluvión de artículos, reportajes, y demás recursos de lujo y poderío publicitarios. Después, vinieron las películas de alto voltaje y de todo pelaje en el que se retrata un pasado que solo lo vivieron y lo padecieron aquellos que sufrieron la violencia política ejercida por ETA.

Y salvo alguna excepción, por su neutralidad expositiva, la avalancha no permite hueco ni al «Relato» riguroso ni a la narración de la otra parte de la Historia. Ningún medio de comunicación escrito, radiado, televisivo o cinematográfico admite hoy por hoy un milímetro a un «Relato» medianamente equilibrado.

Los medios de comunicación hispanos, incluidos los de factoría vascongada, parece que se han comprometido con una auténtica campaña en favor de un «Relato» que oscurezca la realidad vivida y sufrida por todos en Euskal Herria y están dando paso a un auténtico «Cantar de Gesta» del nacionalismo español.

Juegan, eso sí, con las ventajas del tahúr, con toda la baraja marcada y la banca en su poder. Es decir, mientras su «Relato» se expande libre entre aplausos y vítores zalameros, quien quiera dar y exponer el revés de la moneda real se las verá con toda una batería de leyes con las que lapidar la narración (enaltecimiento y otras...), con las excelsas opiniones ex cátedra de tertulianos en nómina y argumentario de partido y todas las puertas de los medios comunicativos cerradas a cal y canto.

Es preciso recordar que las leyes construidas sirven para que la narración suelta y libre no prenda y sea la batalla del «Relato» de única trinchera. Edificaron legislaciones con las que perseguir y detener al disidente, juzgar en tribunales especiales. Fundaron organizaciones ultras bajo el epígrafe «de víctimas», auténticos «lobbies» que permanecen en el tiempo mientras reciban subvención. Y se pusieron a la faena de culpabilizar a un sector de la sociedad vasca para inculcarle la sensación de la equivocación ideológica, al objeto de que las generaciones venideras hereden una percepción distorsionada de la realidad, o de una realidad unívoca. Se está llegando a una situación en la que se vuelca dinero y tiempo para mantener una inmensa maquinaria de propaganda política que visibiliza muertes y heridos de una parte y oculta de la otra los muertos, heridos, detenidos (45.000) y torturados (6.500), así como los apaleados en actos políticos, exiliados, cientos de desplazados, desaparecidos (casi una decena), la ilegalización de partidos y asociaciones, el cerrojazo ilegal de periódicos y radios, las multas masivas, los atentados homologados a grupos parapoliciales y sabotajes. Nada de esto cabe en el «Relato» preestablecido y programado. Por esto hoy un sencillo párroco de pueblo es hostigado cuando cuestiona el mismísimo concepto de «terrorismo». Por eso los «relatos» sostuvieron durante años que Gernika fue bombardeado por sus propios defensores, que el euskara era un «dialecto», que, según cuenta la Canción de Roland, en Orreaga los vencedores de Carlomagno fueron los moros, que Nafarroa fue conquistada de manera pacífica y que la guerra «civil» fue una «cruzada» que ganaron los buenos.