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DE REOJO

Comercio


Sin acotaciones, el desastre se anuncia desde hace décadas. El agua, sí esas dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno, empieza a cotizar en Wall Street. Los augurios catastrofistas se hacen realidad. El que grandes fortunas norteamericanas fueran comprando grandes extensiones de tierras en la Patagonia nos lleva a esta situación de convertir el agua en un producto de cambio, en una materia prima más para la especulación. Es el comercio en su máxima expresión violenta. Todos sabemos que en las gasolineras puede valer igual o más un litro de agua embotellada que un litro de carburante proveniente del petróleo, pero que entre en los objetivos de los fondos buitres es una pésima noticia. Es la demostración de que vivimos en un mundo desquiciado.

Lo que se logró establecer como necesidades y derechos de los seres humanos, la vivienda, la comida, el agua, la sanidad, la educación y la libertad son en este siglo de las oscuridades meras participaciones y acciones de cambio. Una vivienda digna es un privilegio, no un derecho. La escolarización gratuita y universal, una entelequia, una proclama que cada día encuentra más dificultades para que sea efectiva. En esta parte del mundo que consideramos ser el primero, que en el resto de los estratos sociales y económicos del globo se convierten en la miseria crónica, la hambruna y la inseguridad. Y son en los lugares donde existen algunas de las materias primas más cotizadas, donde la desigualdad es un estatuto.

Libre comercio, libre competencia. El agua para quien la pueda pagar a precio de mercado, no de bien común. Qué barbaridad. Da miedo pensarlo. Leo a alguien que asegura que así se ahorrará agua y se garantizará la vida en el planeta. ¡Qué cinismo! Hay millones de personas que hoy no tienen agua corriente para sus necesidades básicas.