Irati Jimenez
Escritora
JOPUNTUA

La gente no es tonta

Me da vergüenza reconocer que tenía más de veinte años cuando me di cuenta por primera vez de que todas esas veces en las que yo sentía que alguien –y con alguien me refiero al mundo en general– «no me entendía» era perfectamente posible que la gente me entendiera y no estuviera de acuerdo conmigo. Procuro no olvidarlo. Tenía razón el filósofo Ralph Waldo Emerson cuando decía que lo más difícil del mundo es pensar y hay que intentar hacerlo evitando los peligros más obscenos de la holgazanería y la egolatría. Procurar hacerlo sin caer, por ejemplo, en ese vicio horrible del elitismo que tanto lastra cualquier análisis de la realidad: pensar que la gente es tonta.

Qué vanidosos somos cuando nos acomodamos ante cualquier problema con un «es que la gente…», que lo mismo vale para explicar un triste resultado electoral que para justificar un fracaso personal. Da lo mismo que hablemos de un programa de televisión que triunfa, aunque nos parezca de escasa calidad o de las ventas de un libro que nos parece malo sin haberlo leído. Con pensar que la gente es tonta, no hace falta analizar detenidamente el escenario político, no tenemos que mejorar en lo que hacemos, no tenemos por qué entender cómo funciona la televisión ni cómo funcionan las personas y, por supuesto, no hace falta que revisemos nuestros prejuicios. Qué fácil pensar «es qué la gente…», y qué error más grave autodeterminarse fuera de «la gente», como si fuéramos otra cosa que no sea «gente», como si hubiéramos sido ungidos en algún momento para situarnos fuera de «la gente».

No es la gente, somos nosotros los que afeamos nuestra inteligencia al conformamos con explicaciones que no explican nada y nos permiten desentendernos de comprender cómo funciona el animal humano, un ser emocional al que hemos denominado racional sin pararnos a pensar en lo escaso de la definición y que, nos guste o no, nunca muestra tanta inteligencia como cuando piensa colectivamente ni tan poca como cuando comete el error de sentirse más inteligente que los demás.