GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

El año después de la odisea


Desde hace un tiempo, GARA dedica el periódico del último día del año a analizar los temas y las tendencias que pueden marcar el año entrante. No hace falta decir que el año pasado anduvimos muy lejos de acertar qué pasaría en 2020. Por supuesto, no vimos venir una pandemia planetaria que paralizaría gran parte de la actividad humana, confinaría a todo el mundo en sus casas, pondría al borde del colapso los sistemas sanitarios, contagiaría en sucesivas olas a cerca de 70 millones de personas y mataría a más de un millón y medio.

Por eso pensábamos que nada de lo escrito hace un año se podría rescatar, pero no era del todo así. La manera más constructiva de ver esta tragedia es entender la pandemia como un ensayo para la emergencia climática y el año pasado pusimos ahí el foco. Señalábamos que «el planeta arde por una esquina y se deshiela por la otra. Una comunidad científica volcada en buscar soluciones y una sociedad civil liderada por nuevas generaciones conscientes y comprometidas son las únicas garantías para abortar el cataclismo. El sistema capitalista es insaciable, tiene un instinto suicida. Con la excepción de pequeños experimentos locales o regionales, las políticas públicas no están a la altura».

Precisamente, 2020 ha puesto sobre la mesa la relevancia de la ciencia y de la investigación; ha señalado la decadencia e inviabilidad del sistema capitalista; ha destapado la falta de liderazgo institucional y los problemas de la sociedad civil para romper esas inercias y construir alternativas generales.

Dos enfoques y otras perspectivas para el país

Las dos olas del covid-19 que hemos sufrido hasta ahora han expuesto una gran brecha entre quienes actúan como si las cosas fuesen a volver a su «estado natural» y quienes piensan que en adelante nada será igual. Unas personas calculan costes y esperan a recuperar su vida anterior, la que sea, mientras las otras se desesperan intentando buscar alternativas y fórmulas para reinventarse. Esta segunda opción es, cuando menos, más estimulante. Nada será igual, incluso puede ser peor, y deberíamos intentar hacer todo lo que esté en nuestras manos para que no sea así.

Una de las frases populares que reivindicaron Mario Benedetti y Eduardo Galeano –«cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron las preguntas»– ofrece pistas de cómo actuar. A estas alturas ya sabemos las respuestas que los poderes van a dar: no se puede hacer eso; siempre se ha hecho así; habría que cambiar todo; no hay dinero –para esto sí, para aquello no–; no se puede prescindir de ese recurso; se debe ayudar a este sector –pero no a aquel otro–… La trampa empieza en las mismas preguntas.

Es, por lo tanto, hora de buscar perspectivas que abran otros debates, que no alimenten la fatalidad. Hay que buscar marcos emancipadores, creativos, innovadores, orientados al futuro y al servicio de las mayorías.

Hemos definido, a la fuerza, lo que consideramos esencial para la supervivencia y el desarrollo de nuestras sociedades. Defender esas políticas y estructuras públicas, a las personas y colectivos que generan valor, debería ser más sencillo. Pero somos conscientes de que algunos de los instrumentos que tenemos no son eficaces. Cambiar no es un deseo, es una acción. Hay que hacerlo, empezando por uno mismo.

Ojo, diez años

En general, 2021 puede ser entendido como un año de transición. Y sin embargo, lo que no se empiece a hacer desde ya es difícil que se active más tarde. A pesar del cansancio general, de la incertidumbre, de la permanente tendencia a repetir esquemas del pasado, la sociedad vasca y sus instituciones deben dar los debates y activar los mecanismos para reconstruir sus tejidos dañados, cuidar a la gente y reinventarse.

Hay un mural en Belfast que reza que «una nación que mira con un ojo al pasado es sabia; una nación que tiene ambos ojos en el pasado es ciega». En 2012 se cumplirán diez años de la Declaración de Aiete y de la decisión de ETA. Las consecuencias del conflicto armado siguen frenando las opciones de un cambio de fase más audaz y fructífero en el que el principio rector de «todos los derechos para todas las personas» coja peso y se desarrolle en diferentes ámbitos de la vida social.

Este año terminaremos de pagar la deuda ilegal contra “Egin” que endosaron a GARA y que ha supuesto un expolio de tres millones de euros. Imagínense, en este contexto de pandemia, lo que supone para una empresa como la nuestra lograr y perder medio millón de euros cada seis meses. No es fácil tener que competir con esa carga injusta.

Gracias a más de 10.000 nuevos suscriptores y suscriptoras, además de resistir hemos renovado equipos y formatos. La puesta en marcha de una radio en euskara, incursiones en el terreno audiovisual, una revolución en la redacción y en la forma de producir contenidos, la renovación total de NAIZ… Claro que la crisis ha golpeado a sectores cercanos e importantes para nuestro proyecto, desde la creación cultural hasta la hostelería, al comercio y a pequeñas empresas y talleres. Prevemos que 2021 obligará a articular nuevas redes de solidaridad.

Un escenario alternativo para el año que viene

Frente a quienes auguran un 2021 marcado por nuevas olas de covid-19 y por los efectos de la crisis en el empleo, una persona en la que tengo fe comentaba la semana pasada que cree que el año entrante puede no ser tan duro, aunque habrá gente que lo pase realmente mal. Llegaba a sostener que la salida de esta crisis puede ser un carnaval, por así decirlo. Piensa que el sistema puede tirar de apuntes bancarios un rato más, ahora que el dinero no hay ni que imprimirlo. Si la vacuna cumple las expectativas, puede abrirse una fase histórica de consumo, fiesta y evasión. «No hay más que ver la reacción de la gente en cuanto relajan un poco las medidas», decía. Es cierto que en el mundo empresarial ya hay gente preparándose para este escenario. Cómo no, es la gente que bebe del grifo a morro.

No sé que pasará, pero quería apuntar esta opción, más nihilista, hedonista, positiva o simplemente inconsciente. Personalmente, si se dan las condiciones sanitarias, me atrae la idea de celebrar que estamos vivos. Las personas, las comunidades, el periódico mismo, el país… Sobrevivir no ha estado garantizado, y mucha gente ha perdido mucho en este año. Eso sí, siempre y cuando al apagar la bola de cristales, después de reponer fuerzas, nos pongamos manos a la obra. Si no, será como ir cantando hacia las cataratas.