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EL DRAMA DE LA MIGRACIÓN

CUANDO EUROPA ES UNA PRISIÓN FLOTANTE

Una flota de barcos de cuarentena fletada por las autoridades italianas se convierte en otro «agujero negro» en la ruta migratoria por el Mediterráneo central.


Se lleva explicando a las personas migrantes y refugiadas a bordo de los barcos de rescate humanitario desde que el virus llegó a la escena global: el desembarco no será tal, sino que el pasaje será transferido a otro buque donde todos pasarán una cuarentena de dos semanas antes de pisar, por fin, tierra firme.

Como el resto de los casi trescientos rescatados en la cubierta del Open Arms el otoño pasado, Abou Diakite, un marfileño de quince años, necesitó un poco de tiempo para entenderlo: el puerto de Palermo estaba literalmente a tiro de piedra, pero antes pasaría por el GNV Allegra, un ferry de diez pisos fondeado a cuatro millas de tierra. Después de todo lo que había pasado en Libia y en el mar, no parecía para tanto. Pero se equivocó. El adolescente estaba desnutrido y probablemente padecía una infección renal, advirtió el personal médico a bordo del buque catalán. A Abou solo lo trasladaron a un hospital de Palermo cuando ya era demasiado tarde. Murió dos días después.

La flota de cuarentena se fletó en abril del año pasado para hacer frente a una pandemia que, si bien ha complicado aún más las operaciones de rescate humanitario en el Mediterráneo central, no parece echar atrás a los que se juegan la vida en el intento. Más de 30.000 personas llegaron a Italia en 2020, el triple de las que lo hicieron en 2019. Todos fueron rescatados flotando en balsas inflables o precarios botes de madera donde la distancia social no es una opción. La cuarentena se antoja necesaria, pero los seis ferris alquilados para ello por el Gobierno italiano podrían no ser un lugar ideal.

«Promiscuidad y espacios confinados, una alta densidad de población (cada buque tiene una capacidad para entre quinientas y mil personas) y la imposibilidad de hacer cumplir las medidas preventivas necesarias los convierte en una potencial incubadora de contagios», denunciaba Médicos Sin Fronteras (MSF) en un informe publicado el pasado mes de enero. La indignación se extendía todavía más cuando se dio a conocer que migrantes que llevaban años en tierra esperando a regularizar su situación también eran trasladados a bordo de estos barcos bajo el pretexto de un positivo en coronavirus. Numerosas organizaciones humanitarias han dado la voz de alarma: el covid puede ser la excusa para bloquear el proceso de muchos demandantes legítimos de asilo.

Roma dice que los centros de recepción de Lampedusa y Sicilia están desbordados y difícilmente pueden hacer frente a un número de llegadas nuevamente al alza. Uno de los factores tras ese incremento es la negativa sistemática de las autoridades de Malta a permitir el desembarco en La Valeta –aún cuando el rescate se haya producido en sus aguas territoriales–, con lo que el tráfico acaba derivándose a Sicilia. Precisamente, el Gobierno regional de esta última apunta a los migrantes rescatados como responsables directos del aumento del covid en la isla. Otro argumento recurrente para contener su llegada es el elevado coste de la flota de cuarentena: son 50.000 euros diarios por buque.

«Omertá»

La opacidad es otro elemento más de esta historia. Las repetidas llamadas de teléfono y los emails de esta cabecera para poder subir a bordo de las controvertidas naves nunca obtuvieron respuesta, y tampoco parecen tenerla las del resto del gremio. La omertá parece la norma en estas ciudades flotantes en las que únicamente se admite a bordo a marineros o a personal de la Cruz Roja italiana: a falta de crónicas periodísticas que destripen la cuarentena más insular, solo quedan los testimonios esporádicos, siempre desde el anonimato, de un personal sanitario agotado y desbordado por la falta de medios. Ya no sorprende que tampoco haya imágenes en Internet obtenidas desde el interior de estas naves. Solo queda recurrir al relato de los que pasaron por ellas.

Como Salif, un guineano de 32 años que prefiere no dar su nombre real –hoy espera papeles en un centro de recepción de Italia– que fue rescatado junto a Abou Diakite durante aquella misión del Open Arms. En conversación telefónica, el migrante dice no tener queja de la comida que se le ofreció a bordo durante la cuarentena, ni tampoco del hecho de que el agua corriente solo estuviera disponible durante dos horas al día; «más que suficiente para ducharnos y lavarnos los dientes». Salif, eso sí, echó en falta una conexión a Internet o telefónica. «No tuve manera de comunicarme con el exterior durante las dos semanas a bordo del Allegra», recuerda. Sea como fuere, una deficiente asistencia sanitaria parece haber sido el problema más acuciante. «Éramos centenares, pero nunca conté más de tres médicos a la vez. Siempre me pregunto si la muerte de Abou podría haberse evitado», lamenta hoy el guineano.

El fallecimiento de Diakite no fue el primero a bordo de un barco de cuarentena, pero sí el que provocó una rectificación en el protocolo de desembarco ya que, desde aquello, todos los menores son trasladados directamente a tierra. La situación en el interior de las naves sigue siendo complicada, como lo demuestran los incidentes vividos en el pasado mes de febrero a bordo del Allegra, cuando un grupo de migrantes intentó fugarse del barco. Los saltos por la borda son aún más habituales, sobre todo entre los migrantes pendientes de una repatriación automática a su país de origen nada más pisar tierra. Les pasa, por ejemplo, a los egipcios: muchos de ellos solo se enteran de ese acuerdo suscrito entre Roma y El Cairo después de haberse jugado la vida en Libia y en el mar.

Más de cinco mil personas migrantes y refugiadas han llegado a Italia en lo que va de año; el doble que el año pasado por estas fechas y veinte veces más que en las mismas de 2019. El «cortafuegos» al flujo migratorio trazado sobre la costa libia por los guardacostas libios equipados y financiados por la Unión Europea parece haber cedido. Y la presión abolla hoy el casco de acero del Allegra y los de su especie.