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AUGE Y CAÍDA DE LA SUPERLIGA

LAS 48 HORAS QUE DEFENDIERON LAS FRÍAS NOCHES EN STOKE

Semana convulsa en el planeta fútbol. El intento de huida hacia adelante de doce gigantes fue la gota que colmó el vaso para decir «por aquí no pasamos». El tiempo dirá qué consecuencias deja el seísmo.


Venimos a salvar el fútbol». Cuando dos personajes como Florentino Pérez (Real Madrid), presidente del grupo constructor ACS, y Andrea Agnelli (Juventus), de los Agnelli de toda la vida, dueños de la compañía automovilística FIAT, tocan el timbre de casa con ese mantra, mejor no abrir la puerta.

No nos engañemos con falsos romanticismos: el fútbol profesional es un negocio que mueve ingentes cantidades de dinero y en el que todos los clubes –también los nuestros– intentan comerse al pez más chico y escalar en la pirámide alimentaria. En ese océano, a ver quién se traga los mensajes buenistas de los tiburones.

El asunto venía de lejos, pero cobró forma el domingo pasado por la noche. Una docena de clubes europeos anunciaba la creación de una nueva competición bautizada como Superliga, que iba a tener una quincena de participantes fijos y otros cinco por invitación. Desbrozada la hojarasca quedaba la verdad desnuda: se trataba de ganar (más) dinero, sacar más tajada entre semana.

La primera cuestión a destacar es que la Champions la maneja la UEFA –otro nido de escorpiones–, no los clubes. La segunda es que estos corren el riesgo de no clasificarse. Por ejemplo, a la Superliga se apuntaban seis equipos ingleses, mientras que la Premier otorga solo cuatro plazas Champions. Dos se quedan fuera seguro. Y eso si no se te cuela un indeseado invitado como el Leicester. Luego llega la fase de grupos, seis partidos que te pueden dejar en la calle. La Superliga contemplaba un mínimo de 18 encuentros. Y al parecer no compensa jugar contra el Brujas, el Lokomotiv de Moscú o el Oporto, por citar tres nombres. No tienen glamour para que el potencial telespectador pague su abono.

Se diseñan presupuestos y plantillas que solo son sostenibles ganando el título continental, o casi. Un ejemplo. Publicaba el jueves “El País” que el Barcelona tiene una deuda de 1.173 millones de euros, de ellos 730 a corto plazo. La Superliga era la huida hacia adelante, una tirita de 3.500 millones a repartir entre los doce apóstoles del fútbol auténtico.

El proyecto ya nacía cojo sin la presencia de los alemanes. Aunque tienen un club omnívoro –el Bayern de Múnich– que impide una Bundesliga emocionante en la lucha por el título, los germanos, con todos sus defectos, son los que mejor cuidan al aficionado clásico de la triple B –bufanda, bocadillo y birra–, con entradas y abonos asequibles, facilidades para los desplazamientos…

Porque el fútbol hace tiempo que vendió el alma al dinero de la caja tonta. Con la bendición de sus aficiones, que reclaman plantar cara a las cadenas, horarios dignos, abonos baratos, pero luego exigen fichajes de postín, renovaciones millonarias, mejoras en los estadios, títulos… Sopas y sorber.

Incluso primeros ministros

Pero resulta que todo tiene un límite, y los hinchas, sobre todo los ingleses, dijeron esta semana que «hasta aquí hemos llegado». Ya se habían pronunciado antiguas estrellas como Gary Neville o Jamie Carragher, ahora comentaristas televisivos, e incluso el primer ministro Boris Johnson. Tampoco sorprendía que la UEFA, otros gobernantes como Macron, las federaciones, las ligas y el resto de equipos se opusieran. Pero la movilización a las puertas del campo del Chelsea, el martes por la tarde, simbolizó el pie en la pared, resumido en el lema «Queremos nuestras frías noches en Stoke».

Porque aún hay gente que ama ir al campo bajo la lluvia, un desapacible miércoles de enero, para ver un infame partido de Copa, soñando con que ese es solo el primer escalón hacia lo más alto, sabiendo que te has ganado cada puñetero paso en el camino.

Y así se fueron bajando del carro el City y el United, los tres londinenses –Arsenal, Tottenham y Chelsea– y el histórico Liverpool del «nunca caminarás solo». Sin los ingleses el proyecto estaba muerto, aunque Florentino sigue tocando el violín como si navegara en el Titanic. El miércoles fueron cayendo nuevas piezas: Inter, Atlético…

Mucho se habla del modelo de liga cerrada USA, como la NFL o la NBA, con franquicias fijas sin ascensos ni descensos, pero nada tiene que ver la historia, el origen de cada club a uno u otro lado del Atlántico. Por no hablar de los topes salariales que obligan a que las estrellas estén repartidas, el draft, los salarios prefijados para los “rookies”, la imposibilidad de fichar pagando cláusulas…

¿Y a partir de ahora qué? “Qui lo sait”, que dicen los franceses. Los que auguran que el fútbol volverá a sus raíces, que a saber a qué se refieren, son un poco como los que aseguraban que saldremos mejores personas después de la pandemia. Por de pronto, la UEFA anunció el lunes un cambio en el formato de la Champions a partir de 2024, con cuatro equipos más (36) y un mínimo de diez partidos, en vez de seis. Más partidos.

El fútbol corre el riesgo de aburrir por saturación. Lo excepcional convertido en rutina. Que nadie espere golpes en el pecho por que el próximo Mundial se vaya a disputar en el Qatar de los obreros esclavizados. Ni propósito de enmienda. Es el mercado, amigos. La maquinaria seguirá en marcha, aunque algún gigante fue a “El Chiringuito” a mostrarnos sus pies de barro. ¿Seguirán las teles aportando el combustible? Quizás el día menos pensado veamos explotar la famosa burbuja. Pero siempre quedarán las lluviosas y frías mañanas de sábado viendo jugar al Intxaurdi en el antiguo Jasonebaso.