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ESTRENO EN EL FESTIVAL DE CINE Y DERECHOS HUMANOS

«Apaiz kartzela», con Franco ni los curas ni frailes vascos se libraron

Hoy se estrena en Donostia, en el marco del XVIII Festival de Cine y Derechos Humanos, el documental «Apaiz kartzela», que relata la experiencia de la cincuentena de curas y frailes vascos contestatarios que, entre los años 1968 y 1976, fueron encarcelados por el franquismo en la prisión de Zamora, la única experiencia de este tipo que se conoce.


Contaba ayer Ritxi Lizartza, director junto a David Pallarès y Oier Aranzabal del documental “Apaiz kartzela”, que el rodaje ha sido largo, seis años, y trabajoso, tanto por el número de entrevistas y la labor de documentación como por la burocracia para lograr determinados permisos.

Citó como ejemplo de ello que no terminaban de darles el visto bueno para grabar dentro de la cárcel, al punto de que un día se acercaron al centro penitenciario de Zamora, en desuso desde hacía muchos años, y viendo abierta una de las ventanas, uno de los miembros del equipo se coló en el interior y comentó que, «a malas», podían grabar dentro sin permiso. Estuvieron dándole vueltas un tiempo a la idea de meter por la ventana de forma ilegal al grupo de septuagenarios excuras, con riesgo de vivir una segunda parte de la detención y encarcelamiento de sacerdotes vascos, cuando terminó llegando el dichoso permiso que les daba acceso al penal. Una muestra más de la laboriosidad de un proyecto con los testimonios de buena parte de los protagonistas que estuvieron encarcelados en Zamora y hasta de uno de los funcionarios encargado de vigilarles.

Han pasado cincuenta años de los hechos y algunos de los actores reales han ido quedando en el camino, varios incluso han fallecido durante estos seis años de grabación del documental.

“Apaiz kartzela” se remonta a un periodo entre 1968 y 1976, tiempo en el que el régimen franquista encarceló a medio centenar de curas y frailes, en su gran mayoría vascos, aunque con ellos estuvieron también media docena de catalanes, gallegos y madrileños.

Los encarcelados fueron condenados a penas de doce años de prisión acusados de «rebelión militar» por criticar la represión de la dictadura, fundamentalmente, a través de su sermones, pero también con su participación en encierros y manifestaciones.

Uno de los aspectos que hace única a esta historia es que la cárcel de Zamora, concretamente una de sus alas, fue convertida por Franco en la única prisión para sacerdotes del mundo.

En 1953, el régimen franquista firmó con el Vaticano un convenio, denominado Concordato. Uno de los puntos de ese acuerdo decía que los curas no podían ser encarcelados en prisiones al uso y que, en caso de cometer algún delito, debían ser recluidos en un convento.

Sin embargo, el franquismo sabía que los conventos no eran lugares seguros para tener retenidos a estos irreductibles curas por lo que acondicionó la cárcel de Zamora para tal fin, circunstancia poco conocida en la historia moderna de Euskal Herria.

Relatos duros pero humanos

Algunos de los que pasaron por este penal, y cuyas reflexiones recoge el reportaje, son Xabier Amuriza, Josu Naberan, Juan Mari Zulaika, Julen Kaltzada, Jon Etxabe, Periko Solabarria, Felipe Izagirre, Juan Mari Arregi, Martin Orbe, Lukas Dorronsoro, Alberto Gabika, Periko Berrioategortua o Pablo Muñoz; los gallegos Vicente Couce y Nicanor Acosta; el madriñelo Mariano Gamo, y los catalanes Eduard Fornés, Josep María Garrido o Andreu Vila.

Con sus testimonios se rememora el relato de sus detenciones; los casos de torturas –especialmente graves con Etxabe, a quien no dejaron que ningún familiar visitara hasta pasar un mes de su arresto debido al estado que presentaba–; el momento del encarcelamiento; sus huelgas de hambre; el intento de fuga abortado en el último momento cuando ya habían rebasado con un túnel los muros de la prisión; los meses en celdas de aislamiento, o el motín con el que estuvieron a punto de pegar fuego a toda la cárcel.

Largo anecdotario

También salen a relucir anécdotas como sus desfiles diarios en el patio, como si fueran un batallón de gudaris, encabezados por Nikola Telleria, a quien apodaban “El Comandante”, que logró que los presos que no eran vascos se aprendieran el “Eusko gudariak”; la forma en que se enteraron de que Carrero Blanco había muerto, al leer Telleria en las incidencias de la crónica de un partido entre el Real Madrid y el Celta en el “Marca” (único periódico que les facilitaban sin censurar) que el público había guardado un minuto de silencio por el almirante muerto en atentado, o la lata especial de bonito que les prepararon en una conservera de Ondarroa y en cuyo interior les metieron un equipo de transmisión para poder comunicarse con el exterior.

Estas circunstancias convierten el documental en un ejercicio de memoria histórica y de vivencias que, en palabras de Lizartza, hacen que el Festival de Cine y Derechos Humanos sea un marco ideal para su estreno. Según indicó el director, quieren distribuirlo en más festivales y proyectarlo, primero, en las capitales vascas, en Madrid y Barcelona, para llevarlo luego a otras localidades, así como que tras algunas de las proyecciones sea posible un encuentro entre los protagonistas y el público.