La cultura militante como legado intergeneracional
La muerte de Mixel Berhokoirigoin ofrece una buena ocasión para reflexionar sobre el valor de la militancia política, el compromiso con la comunidad, la ejemplaridad y la aportación de las personas a una cultura política más rica y democrática. En una pequeña nación sin estado como Euskal Herria, pocas cosas tienen más valor que la cultura militante de activistas como Berhokoirigoin. Personas comprometidas con los derechos de todas las personas, que promueven cambios profundos en defensa del planeta y la humanidad, defendiendo a los débiles frente a los poderosos, cuidando de su comunidad, rompiendo barreras y prejuicios. Esto es el famoso capital humano, y supone un legado crucial para el desarrollo de cualquier pueblo y su cultura.
La partición administrativa y la diglosia provocan que partes de la sociedad vasca vivan de espaldas a lo que le pasa a otras partes de la misma. Las inercias empujan a adoptar lo que dictan instituciones y medios metropolitanos, dedicados a irradiar sus preocupaciones, modelos y referencias. Hay que hacer un esfuerzo por salirse de esas referencias políticas y culturales, para poner en valor la gente que hace cosas importantes en el país. Merece la pena que todo el mundo conozca a Mixel Berhokoirigoin. Era un gran embajador de Euskal Herria.
Campesino, sindicalista, pacifista y euskaldun
Las personas más jóvenes o las menos interesadas en la política del país seguramente tuvieron la primera noticia de Berhokoirigoin a raíz de su detención junto a otras cuatro personas en Luhuso, en 2016, acusadas de organizar y ayudar al desarme de ETA. La maniobra de los securócratas españoles y franceses fracasó desde el momento del arresto, porque la sociedad civil y los electos de Ipar Euskal Herria entendieron que se trataba de un ataque político injusto, reconocieron a las personas detenidas por su compromiso con la paz, vieron que el desarme ordenado de ETA era positivo y sensato, y que ‘Berokho’ y el resto merecían toda la solidaridad.
Es el nacimiento de los «artesanos de la paz», cuyo primer logro culminó el 8 de abril de 2017 en Baiona, con el desarme de ETA de la mano de la sociedad civil, con la mediación de la Comisión Internacional de Verificación (CIV) y el apoyo de algunas instituciones. Es también un hito en la dinámica política de Ipar Euskal Herria, que comienza hace una década tras la Conferencia de Aiete y ha vertebrado una agenda propia en relación a la convivencia y las consecuencias del conflicto. Entre sus iniciativas destaca la delegación vasca que ha tratado temas como la política penitenciara con París y de la que, cómo no, Berhokoirigoin también formó parte.
Nacido en 1952 en el caserío Uhartia de Gamarte, en Nafarroa Beherea, la vida de Berhokoirigoin está asociada al sindicalismo agrícola, al ecologismo y a la desobediencia civil. Comprometido con una producción sostenible, ligada a la tierra y a la comunidad, fundó el sindicato ELB. Fue el primer presidente de Euskal Herriko Laborantza Ganbara, cargo en el que estuvo diez años y por el que fue juzgado, al temer el Estado francés que la cámara abría la puerta a un reconocimiento de Ipar Euskal Herria. Berhokoirigoin fue finalmente absuelto. La semilla para la institucionalización de Ipar Euskal Herria ya estaba plantada, ya había brotado.
Humanista, opuesto a los sectarismos, cooperativo, creyente, abertzale, euskaldun, con grandes principios, muy pragmático, perseverante, entrañable… los valores de este militante vasco recordados ayer por compañeros y representantes de diferentes orígenes e ideologías dan una idea de su relevancia política.
Un legado que aun va a ser muy necesario
En estos tiempos en los que tanto se habla de las nuevas formas de politización de la juventud, el viernes se pudieron ver imágenes que retrotraen a las viejas formas represivas. La Ertzaintza cargó de forma desproporcionada contra jóvenes convocados por Ernai para denunciar las condiciones de vida que sufre la juventud vasca, la precariedad y la falta de expectativas a las que se les está condenando, situación que se ha agravado con la pandemia y su gestión. Delante del Parlamento de Gasteiz y de Sabin Etxea en Bilbo la Ertzaintza se mostró muy violenta, fuera de todo orden y medida. Una Policía democrática y al servicio del pueblo no puede actuar así contra el derecho a manifestarse y protestar.
Para la sociedad vasca la cultura militante de personas como Mixel Berhokoirigoin es un antídoto frente al autoritarismo, la discriminación y la injusticia.