Cuestión de grados
Después de meses y meses oyendo quejas sobre las consecuencias en la vida familiar de los cierres perimetrales y las limitaciones de convivientes, de tíos y primos suspirando por reunirse, de hermanas y sobrinos deseando encontrarse, nada más terminar el estado de alarma, a las 12:00 en punto de la noche y tal como imaginaba, la gente salió escopeteada a abrazar a sus abuelos.
Lo que pasa es que, por el camino, se quedaron a enarbolar esa indiscutible bandera de libertad que es echarse unas cañitas. Y ahí anduvo el personal, pletórico no solo de libertad, también de derechos. Porque la denuncia de la restricción de derechos ha crecido a la par que el anhelo de libertad, y ambos, al desabrigo de bares cerrados y toques de queda.
Todas esas personas a las que nunca les importaron los despidos, ni los desahucios, ni las detenciones; ni la precariedad, ni la desigualdad, ni la exclusión; ni la segregación, ni la sanidad, ni la educación… pues ahora tampoco les importa. Pero son muy sensibles a la restricción de derechos resultante de las medidas contra pandemia.
La restricción de derechos, como la libertad, ha resultado ser cuestión de grados: los de las cañas. O los del kalimotxo, que, para ver la sociedad tan bonita en solidaridad y responsabilidad que nos está quedando, no hace falta mirar muy lejos.
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