Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

Imagen de un genocidio

Cerca de Montreal, a cuatro kilómetros, existe una reserva india llamada Kanawake, asentada en lo que antiguamente fue una misión católica. Sus habitantes, los mohawk, proceden de Albany (EEUU) y se establecieron allí antes de que llegaran los jesuitas y construyeran la misión en 1719. Kanawake no es una visita obligada para el turismo, pero sí el único lugar donde se puede comprar muy barato tabaco y alcohol. Dentro de Quebec es un territorio libre de impuestos, con una cierta autonomía administrativa. Sin embargo, no toda la población india de Quebec vive igual. Si algo impresiona y se aleja del sabor bohemio de Montreal es ver a familias indias mendigando una ayuda en una ciudad que siempre parece vivir a ritmo de jazz. Los inuit, pueblo originario del norte de Canadá, a pesar del reconocimiento del Gobierno en 1999, malviven en las calles o en campamentos que recuerdan a los que hoy se construyen en las fronteras para fortificar Europa. El hallazgo de las tumbas de centenares de niños, muchos de ellos inuit, en centros católicos de la Columbia Británica, sobrecoge porque nos coloca ante la imagen desnuda de cómo se planifica y se ejecuta el genocidio de un pueblo. Hay quien afirma que la investigación no ha hecho más que empezar, que la oscura huella de la Iglesia va más allá de Santa Ana o Chopaka. Tal vez comenzó en 1719 con la llegada de un jesuita.