Hay algo que me encantaría matizar en mi condición de ciudadano que no es experto en nada pero al que le ilusiona entender el porqué de las cosas que se le manda hacer. Algo que tiene que ver con el uso de la mascarilla, especialmente, desde que se levantara su obligatoriedad en los espacios públicos. Algo que son dos matices al respecto.

El primero es que subrayo el papel de la mascarilla como la más eficaz herramienta contra el contagio del virus, de cualquier virus, nada como la mascarilla y encerrarse en un armario. Y es obvio insistir en ello pero, sí, la mascarilla salva vidas, en cuanto las resguarda, como salvan vidas las vacunas.

El segundo matiz es que la mascarilla es una mierda, un pedazo de tela o de plástico que te dificulta la respiración, que te esconde la voz y te borra la cara para que acabes saludando a un extraño o no sepas quien te guiñó una oreja, una incómoda afonía permanente que solo se alivia cuando te la quitas.

Se trata de dar con el equilibrio y, especialmente, los grandes medios que han encontrado en esa reducida y pública liberación urbana la causa de todos los brotes de todas las islas porque, al paso que anda el miedo que generan, van a acabar haciendo campañas desaconsejando la mascarilla al acostarse, así se duerma solo, o desmintiendo que a más vacunas te pongas más protegido quedas.

(Preso politikoak aske)