Jose Mari Pérez Bustero
Escritor
GAURKOA

España: un santo patrono y tres dioses

El día 25 de julio se celebra la fiesta de Santiago Apóstol. Vale la pena echar un vistazo a lo que se ha tejido en torno a dicho santo porque nos lleva a los trapos colgados actualmente en otros campos. Metidos en el citado apóstol, resulta que entre el año 40 y 44 un tal Herodes Agripa, que había recibido el reino de Palestina del emperador Calígula, decidió perseguir a personas del nuevo movimiento religioso, surgido de la doctrina de Jesucristo. Y «dio muerte a Santiago, hermano de Juan por la espada», según expresan los “Hechos de los Apóstoles”, obra escrita en el siglo I.

¿Se acaba ahí la historia de Santiago? Lo cierto es que durante cientos de años no se habló de él. Pero en el siglo IX su nombre saltó a la palestra en la dinámica de la llamada «reconquista» castellana. Y es que, según iban ganando terreno las gentes cristianas frente a los musulmanes, empezó a darse una dinámica comercial de compraventa agrícola y artesanal entre las zonas transpirenaicas y las tierras del norte peninsular. Galicia, sin embargo, caía lejos, y ese ir y venir comercial apenas llegaba a ella.

Ante esa situación los dirigentes astures y galaicos decidieron construir una leyenda que atrajese dicha dinámica hasta la costa gallega. Con ese propósito, y teniendo en cuenta la atracción que suscitaban los lugares sacralizados –como sucedía en Roma y Palestina–, tejieron la fábula de que el año 813, se había detectado una caída de estrellas en un bosque de Libredón, comarca de Coruña, donde existían diversas tumbas. Y excavando una de ellas promovieron la noticia de que habían hallado los restos del apóstol Santiago. Para reforzar esa tesis, el obispo de Iria Flavia y el rey Alfonso II visitaron el lugar, y sacaron de la alforja la pasmosa versión de que el apóstol Santiago había estado por la costa gallega «predicando», si bien había regresado luego a Palestina, donde había sido muerto por Herodes. Pero no quedó en Palestina su cadáver pues lo recogieron sus discípulos... ¡y lo llevaron en una barca hasta Galicia!

Continuando esa versión, en los años siguientes de reconquista contra el islam se explicó que aquella lucha llevaba la protección de dicho apóstol. Cuando el año 844 tuvo lugar la batalla de Clavijo (en la Rioja) contra los musulmanes, se declaró que el apóstol Santiago había aparecido y promovido la victoria.

Quedaba pendiente darle un sabor arquitectónico al cuento. Y se construyó una catedral en la zona de aparición del cadáver. Fue consagrada el año 1221.

Así que la expresión «Santiago y cierra España» –u otras parecidas– siguieron presentando al santo como personaje salvador-liberador. No es de extrañar que el año 1630, bajo el reinado de Felipe IV, el papa Urbano VIII lo declarara oficialmente «patrono único de la nación española». Y actualmente, el día 25 es considerado por la Iglesia día festivo y, al mismo tiempo, «Día Nacional de Galicia».

Aunque nos salgamos mucho de esos temas referidos a dicho apóstol, vale pena llegar a la época actual hispana y darnos cuenta de que funcionan los que podríamos llamar no ya predicadores cristianos, sino «dioses», que impregnan e invaden la vida de zonas y de gentes. Cabe subrayar tres de ellos para no quedarnos en simple afirmación.

Uno es el aparato legislador del Gobierno central. ¿Qué tienen como verdad clave esos gestores de leyes? ¿La pluralidad de las zonas, sus culturas, procesos y derechos? En modo alguno. Su punto de partida y dogma clave es la «indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles», como expresa el artículo 2 de la Constitución, aprobada el 21 de diciembre de 1978. Con ese dogma el gobierno impone criterios irrenunciables a individuos, colectivos y zonas. ¿Hay tierras que se revuelven contra a esa unidad? Pues, se les recuerda que están en una «patria común e indivisible», y no puedan irse de ella, ni hacer proyectos propios ajenos a ella. Las zonas y colectivos solo pueden diseñar dinámicas que en modo alguno intenten desasirse de proyectos del Estado.

Utilizando ese dogma el gobierno central no pierde el tiempo en observar la pluralidad de las zonas, ni sus culturas, ni sus procesos históricos. Ni en conocer las circunstancias vitales de las gentes, ni sus trabajos cotidianos, ni su lucha por sobrevivir. La deificación del dogma unitario es el recurso clave del gobierno.

Un segundo dios, adosado al primero, es la cúpula central del aparato judicial. Desde luego hay agentes judiciales repartidos por el Estado, que juzgan las acciones de las personas y dirigentes a nivel cotidiano. Pero los miembros de esa cúpula –siguiendo al gobierno central– no pierden el tiempo en estudiar la psicología de las personas y zonas, ni sus procesos, ni hacen valoraciones de tipo histórico y colectivo. Simplemente observan si esas personas u organizaciones escapan o intentan zafarse de las leyes. Ellos ejercen de salvaguardas infalibles del orden legalizado actual. Basta mirar la réplica a la declaración de independencia de Cataluña del año 2017.

El tercer dios es el aparato penal. Su objetivo es cumplir los veredictos/condenas de los jueces. Multas, privación de moverse fuera de su pueblo o zona, cárcel. La cárcel es la realidad que genera sufrimientos que nadie sabe imaginar ni medir si no pasa por ella. Se pierde la libertad a múltiples niveles, se pierde la familia, la relación afectiva, la intimidad, las relaciones de vecindad, la actividad laboral, la propia tierra, ciudad o pueblo. No se camina, no hay calles, no hay trabajo, no hay posibilidad de hacer proyectos de vida. Solo queda comerse la que cada preso tiene en su celda, en el patio de la prisión a ciertas horas… Solo se puede sufrir, malvivir hora a hora, mes a mes, año a año.

Mientras tanto, los dioses del gobierno no cambió la prisión por una institución de verdadera reinserción. No van a ver de cerca la mierda de vida que les queda a los presos.