Aunque falta conocer los protocolos concretos, todavía desconocidos a falta de dos semanas para el inicio del curso escolar, todo indica que las condiciones con las que los alumnos de Primaria y Secundaria de Euskal Herria regresarán a las aulas serán similares a las del año pasado. Así lo avanzó ayer, en relación a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, el consejero Jokin Bildarratz, y así lo anticipó el ministro francés de Educación, Michel Blancher, esta misma semana, añadiendo que el pase sanitario no será requerido para poder asistir a clase. Es una buena noticia.

La decisión de qué hacer con la educación presencial en un contexto de pandemia es una de las más complejas. La situación epidemiológica es evidentemente crucial, pero es imprescindible, más que en cualquier otro sector, ponderar otros elementos. El martes hubo un crudo recordatorio con el estudio del Observatorio Vasco de la Juventud, que señaló que durante la pandemia han aumentado un 50% los ingresos de adolescentes por problemas de salud mental. Entre las explicaciones aportadas destacan, junto a la intolerable culpabilización institucional a la que se han visto sometidos los y las jóvenes, la devaluación de la importancia del rendimiento escolar, las restricciones del contacto social físico y cercano, y los aislamientos de grupos escolares a lo largo del curso.

Si se mantiene la evolución de estas semanas, cabe pensar que el curso arrancará sin demasiadas dificultades. Pero el año escolar es largo, y pueden llegar nuevas olas como la de este verano. Para entonces será necesario emplear todos los recursos disponibles y procurar así la máxima normalidad posible en el desarrollo de la vida escolar y extraescolar. Eso puede incluir, llegado el momento, medidas vigentes en otros países –el uso de antígenos, por ejemplo– y volver a reforzar plantillas de profesores para hacer posible la presencialidad con ratios más bajas y otra clase de docencia telemática. Los planes de contingencia son imprescindibles. La salud de la juventud va en ello.