Alfredo Ozaeta
GAURKOA

Siglo de sombras

Cumplidas ya dos largas décadas de este siglo XXI duele comprobar que, lejos de vislumbrar claros y luces, las sombras son predominantes, condicionando un futuro que se presenta mucho más incierto de lo que se podía prever. Las expectativas que los notables avances tecnológicos, digitales, y en comunicaciones pusieran en valor y mejoraran el conocimiento, entendimiento y respeto entre los pueblos, culturas y sensibilidades diferentes no pasa de ser una quimera o un simple deseo de buenas intenciones.

Los problemas se van acentuando bien por crisis económicas, políticas, pandemia incluida, quien lo podía pensar este cambio en nuestras vidas y hábitos, pero sobre todo por la continuada y sostenida pérdida de valores solidarios, afectivos y empáticos que los grandes grupos encargados del diseño del nuevo orden político y económico mundial han provocado.

No solo es que las relaciones humanas y la calidad de la democracia, motor del bienestar global, no mejoran, si no que sobre todo nuestro cuidado y respeto por la naturaleza, recursos y medioambiente del planeta, garantía de nuestra pervivencia y la de las próximas generaciones, se sigue deteriorando en un claro ejercicio de vanidad y prepotencia humana. Seguimos sin hacer caso de los serios avisos que las autoridades científicas y desde nuestro propio habitad nos están enviando: inundaciones, sequías, incendios, alarmantes cambios en la biosfera, deshielo y sus consecuencias, calentamiento global, contaminaciones alimentarias y degradación de los mares y su ecosistema.

Y para nada se trata de premisas influenciadas por corrientes nihilistas ni derivadas del desgraciadamente actual pesimismo existencial. Muy al contrario, estoy convencido que nuestra larga o corta existencia tiene sentido, como lo es luchar por un mundo mejor donde las desigualdades e injusticias no tengan cabida. En absoluto puedo estar de acuerdo con lo que afirmaba Schopenhauer de que vivimos en el peor de los mundos y que nuestras vidas son un dolor perpetuo donde solo cabe la resignación. Siempre me quedare con la determinación de seguir caminando que de forma tan brillante nos ilustro Eduardo Galeano con su definición de la utopía

Asistimos a momentos diría que determinantes para nuestro futuro, la velocidad en la implementación de las nuevas tecnologías y los cambios en los modelos de producción están condicionando e hipotecando el futuro de personas y de muchos estados ante la imposibilidad de acceder a las licencias o simplemente a seguir su ritmo de adaptación. La influencia, difusión y control de la información está manipulando el estado racional del libre pensamiento y opinión, en base a sustituir datos objetivos y veraces por otros tendenciosos e interesados al objeto de modificar nuestro estado de opinión, «fake news». Ejemplo lo tenemos en el exponencial crecimiento de las plataformas audiovisuales y digitales y el uso que hacemos, sobre todo si se está confinado.

Las transformaciones que se están operando, y que no siempre ni todos estamos percibiendo, vienen provocadas, en mi humilde opinión, por una necesidad del sistema imperante en mudar sus formas ante su más que contrastada ineficacia para resolver los problemas globales: precariedad, flujos migratorios y riesgo de involuciones o revoluciones entre otros muchos. Este agotamiento del sistema junto a la necesidad de implementación de las nuevas tecnologías, inteligencia artificial, etc. obliga a buscar otras alternativas que sigan perpetuando su hegemonía. Volvemos al innovar o renovar para que nada cambie.

Cuando los políticos nos hablan de la necesidad de abordar un cambio de nuestro futuro con sofismas del tipo de transición digital, ecológica, socioeconómica, demográfica, etc., que dicho sea de paso no tienen ni idea de lo que significa ni sus afecciones o tránsito, están vendiendo humo. Hablan de oído y desde la ignorancia, no dicen a las claras que sus manidas transiciones para nada son sinónimo de mejora sino adaptaciones obligadas al objeto de garantizar su control y beneficios en sintonía con los «nuevos tiempos». Por no hablar de la transición del hidrógeno y otras memeces de corte energético-industrial que nos cuentan con total desconocimiento de sus beneficios y/o repercusiones.

Por supuesto que son necesarios cambios, diría que imprescindibles. El más inmediato, políticas medioambientales que favorezcan y garanticen la preservación del planeta cuya resiliencia está tocando fondo, y que parece ser que están empeñados en ponerle fecha de caducidad. Y desde luego el aprovechamiento de las nuevas tecnologías al servicio de las personas y de los países más necesitados o menos desarrollados y no para acrecentar las desigualdades.

Es notorio que la pérdida de capacidad e influencia de las personas es cada vez más evidente, no solo y como ejemplo por la eliminación del dinero efectivo o la elección de los gobernantes desde despachos mediante algoritmos y la manipulación de sus secuencias sin necesidad de sufragios universales, entre otros muchos cambios en ciernes. Lo es, porque nuestra propia vida en comunidad y comunicación social la estamos dejando en manos de las máquinas, redes, aplicaciones informáticas u otros elementos multimedia controlados desde la sombra.

Realmente es necesaria una transformación pero no necesariamente en la línea que apuntan. La primera debiera ser de índole cultural retomar la importancia del cuidado y preservación del entorno en el que vivimos y nos mantiene. Y la segunda de índole social volver al convencimiento de la necesidad de convivir en igualdad respetando las diferencias particulares y compartiendo los recursos que nos hemos encontrado y los que nos han legado. Para ello es imprescindible superar la resignación y salir del letargo en el que nos encontramos como sociedad y exigir participar en la gestión de nuestro futuro.