El congreso anual de los conservadores se cerró con el esperado discurso del primer ministro británico, Boris Johnson, que pasó de largo sobre los actuales problemas de desabastecimiento y las tensiones con la UE para centrarse en el proyecto del partido a largo plazo. Aseguró que al país le espera un gran futuro pero que el camino será largo y difícil. Dibujó un porvenir de prosperidad con trabajos de alta cualificación y bien remunerados, y ensalzó las virtudes del capitalismo, un terreno cómodo para los conservadores. Pero las líneas marcadas no encajan del todo en el relato habitual.

Uno de los aspectos sobre los que más incidió durante su intervención fue el de la cohesión territorial. Las políticas neoliberales aplicadas por los gobiernos conservadores desde Margaret Thatcher han exacerbado los desequilibrios entre territorios, y también en el interior de los mismos. La liberalización y las privatizaciones han desestructurado el país, pero es precisamente en las zonas más desfavorecidas donde las prédicas conservadoras han tenido más éxito últimamente, y parece que los tories pretenden explotar ese filón. También defendió aumentos impositivos para pagar el servicio público de salud. De la misma forma, y en contradicción con sus creencias liberales, el Gobierno de Johnson ha apostado decididamente por regular el fútbol. Se involucró en impugnar la Superliga y anunció una nueva regulación, al considerar, no sin razón, que los clubes son algo más que una empresa; son un elemento de orgullo y cohesión de la comunidad y por ello deben defenderse de los excesos del libre mercado.

Los tories mantienen toda su retórica favorable al capitalismo, sin embargo, están actuando con mucho pragmatismo, incluso en abierta contradicción con los dogmas del libre mercado que predican. Puede que lo hagan forzados por los graves problemas actuales, pero la tendencia no es nueva. Han comprendido la importancia que tiene defender los aspectos que dotan de identidad a una comunidad.