Perder la vida
Tras el asesinato machista de Érika en Gasteiz, escuché en varios medios que Érika «había perdido la vida» en su casa. Resulta ofensivo el cómo algunos medios siguen tratando la violencia machista. Porque no es lo mismo perder la vida a que te la arrebaten. ¿Podemos hablar de desconocimiento a estas alturas? Podría ser más acertado hablar de infravaloración del problema de la violencia y que debido a ello algunos medios ni se molesten en leer las recomendaciones y decálogos generados para tratar esta violencia. «Perder la vida» suena hasta cuasi romántico.
Érika, 37 años, quería separarse de su pareja. Como tantas otras mujeres asesinadas en el contexto de iniciar, verbalmente o de facto, su deseo de no continuar la relación.
«¿Por qué no se van, por qué siguen con el maltratador?». Como Érika, muchas mujeres que no son asesinadas identifican la violencia o el aumento de su expresividad cuando deciden poner fin a la relación. Quizás sea el momento de hablar de la violencia como ejercicio de resistencia a la igualdad y no solo de expresión de la desigualdad.
«No había denuncias previas». Tras el asesinato de las mujeres, este es un mensaje recurrente que, queriendo poner el acento en que la búsqueda de ayuda puede proteger la vida de las mujeres, acaba centrando la atención en la falta de denuncia. Sitúa la violencia de forma episódica, un arrebato de un día y ¿por eso no había denuncias previas? O bien pone el peso en la inacción de las mujeres. Hace poco visioné un video de Antena 3: que señalaba que 3 de cada 4 víctimas de la violencia de género no habían denunciado. Se referían a las mujeres asesinadas porque víctimas que denuncian son miles. Muchas de ellas consiguen una ayuda efectiva para la recuperación de sus vidas, hecho que no se logra solo interponiendo una denuncia. En cualquier caso, ¿se imaginan el titular de otra manera? 1 de cada 4 mujeres asesinadas por la violencia machista había buscado apoyo, había denunciado y aun así no supimos contener al asesino, aun cuando sabíamos quién era y sabíamos que podía llevar adelante sus amenazas.
«Tú puedes salir de la violencia». Como si la violencia fuese un tiovivo en el que una entra y sale por decisión propia.
El discurso que centra la mirada en las capacidades de las mujeres está bien, pero esas capacidades deben de ir unidas a un apoyo social, económico y jurídico que todavía dista mucho de ser una realidad. Además, concentra la violencia en algunos actores materiales, en el caso de mujeres en situación de maltrato, en el maltratador, e invisibiliza el resto de violencias que sufrimos las mujeres, entre ellas, la violencia en el ámbito institucional. Socialmente, se traslada la idea de que las mujeres solo tienen que denunciar y ya se va acabar el problema, como si el patriarcado se evaporara o solo estos hombres maltratadores ejercieran la violencia. Además, provoca una conclusión errónea en el imaginario, que el hecho de denunciar a los maltratadores pone fin a su violencia cuando en muchos casos supone un recrudecimiento de la misma.
Queremos no solo actuar frente a la violencia, sino generar una disputa de la narrativa cultural porque es en el imaginario sobre el que queremos incidir, para que ser mujer no sea un factor de riesgo. En esa disputa entra la ley del «solo sí es sí». En un artículo reciente, M. Oltra titulaba que “Querer follar también es sí”. En mi opinión, no se trata de problematizar lo que no es un problema, es decir, cuando las mujeres expresan abiertamente su deseo. Esta ley pretende legislar no sobre el deseo de las mujeres sino sobre el derecho a decidir, el derecho de las mujeres a que no se les imponga «el supuesto deseo de los varones». No hablamos del deseo de las mujeres, ni siquiera del deseo de los hombres, sino de la imposición y violencia de los hombres machistas. Ya he expresado en anteriores ocasiones que cuando hay violencia no es sexual. Que detrás de esta violencia hay un modelo de crueldad, de desprecio a la otredad, y que la legislación no es sobre la sexualidad sino sobre el ejercicio de la violencia machista. Por eso, criticar una ley contra la violencia queriendo situar en la diana el deseo de las mujeres resulta un tanto confuso, al menos para mí. Igual que hemos pedido «educación sexual para no abortar, aborto legal para no morir», reclamamos el derecho a decidir independientemente del deseo de maternidad porque pueden darse casos en los que exista un claro deseo de ser madre pero que la mujer decida abortar.
Desde la complejidad de la igualdad, los debates feministas sobre la violencia suscitan otros sobre qué entendemos por sexualidad, por libertad, por el derecho al ejercicio del deseo propio. Abarcarlo desde la respuesta única del sistema punitivo no es la solución, entre otras razones, porque es un sistema que pone el acento en el único culpable, en el violador, en el asesino machista. Por eso, no queremos solo una legislación punitiva. Como señalaba, queremos romper con el modelo patriarcal de la sexualidad basado en la crueldad y en la imposición como parte imprescindible del quehacer. Queremos que se garanticen los derechos de las mujeres. No basta el consentimiento, por supuesto que no, ni que el deseo de las mujeres se niegue o se fundamente en aceptar el deseo del otro. Nada que incumba a los derechos de las mujeres puede ser abordado con una única solución. Querer obtener la respuesta perfecta y única a un problema complejo suele conducir al fracaso.
En el debate, no de esta ley, pero sí acompañándola, está cómo se impulsa desde las políticas públicas un modelo relacional, incluido el ámbito afectivo y/o sexual, sin asimetría de poder para expresar el deseo propio y que aceptar un sí o un no por respuesta, sea solo eso, aceptar lo que la otra persona decide sobre su propio cuerpo. Aun así, deberíamos tener más claro qué es violencia, y por tanto, poder legislar no cuando se vulneran los deseos de las mujeres sino sus derechos. Porque una cosa es legislar sobre el derecho a una vida libre de violencia y otra sobre los deseos, ¿no?