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ELECCIONES PARLAMENTARIAS EN ARGENTINA

La peor derrota del peronismo en su historia abre una nueva etapa

Nunca desde 1946 el peronismo unido en elecciones libres había obtenido tan pocos votos. El presidente Fernández pierde el control del Senado y convoca a la oposición a negociar un paquete de leyes económicas, aunque negó la derrota. En tanto, el centroderecha Juntos por el Cambio arrasa y abre su puja interna de cara a las presidenciales.


Sir Hugh Beaver, el inventor del libro Guinness de los récords, habría tenido un día especialmente ocupado este domingo en Argentina. Las elecciones generales en las que se renovó el Parlamento dejaron muchos hitos históricos, en otra muestra más de la cada vez mayor autonomía del electorado en tiempos de política líquida y volátil.

La coalición Frente de Todos, creada hace dos años y que por primera vez en dos décadas unía a las principales vertientes peronistas (la mayor, el kirchnerismo), sufrió una dura derrota electoral, alcanzando el 33,8% a nivel nacional, lo que representa el peor resultado en toda la historia del movimiento fundado por Juan D. Perón a mitad del siglo XX. El primer lugar fue para la coalición opositora Juntos por el Cambio, la ex Cambiemos, que alcanzó el 42,2%.

El partido del Gobierno perdió en 15 de las 24 provincias, entre ellas el bastión histórico del peronismo, la de Buenos Aires, cuyo conglomerado urbano que bordea a la capital, especialmente el oeste y sur de clase trabajadora, solía ser la mayor proveedora de votos para este sector. El fuerte declive allí explica la derrota.

Otro hecho inédito es lo sucedido en el Senado, que renovaba un tercio de sus escaños. Tras los magros resultados, es la primera vez desde el retorno ininterrumpido de la democracia argentina (1983) que el peronismo no será la primera minoría. El Frente de Todos quedará empatado con JpC en 34 senadores, con cuatro escaños restantes para partidos regionalistas, dos cercanos al Gobierno y dos a la oposición. En situación de eventual empate, quien deberá deshacer el bloqueo será la vicepresidenta, Cristina Kirchner.

Por si fueran poco hitos, es la primera vez en la historia que no solo el peronismo sino cualquier fuerza política pierde tanta cantidad de votos con respecto a tan solo dos años antes. El peronismo que lidera Fernández y Kirchner ha perdido 5,2 millones de votantes entre las generales de 2019 y las de ayer, en un país con 34 millones de ciudadanos habilitados para votar. Al respecto, otro récord: son los comicios con la menor participación desde 1983 (sólo ha sufragado el 71 por ciento).

Que en tan solo dos años los resultados del Gobierno hayan cambiado de una manera tan catastrófica es algo sorprendente, especialmente con el recuerdo fresco del final lacónico y aciago como el que tuvo la presidencia de Mauricio Macri, y para ser entendido requiere de observar varios factores.

El primero y más objetivo es las condiciones socioeconómicas y la caída del poder adquisitivo. La mayor promesa del tandem Fernández-Kirchner fue recomponer la salud económica de los argentinos y el remedio ha sido peor que la enfermedad. Con respecto al momento en que asumieron el Gobierno, la pobreza creció un 5%, se cerraron 21.000 empresas, la pensión mínima cayó un 40% y cosas tan básicas como el litro de leche (en uno de los países con la mayor cantidad de cabezas de ganado del mundo) aumentaron un 100%. La inflación mensual ronda el 5% y el paro está en el 9,6%, un punto más que hace dos años (el año pasado trepó al 13%).

Si bien es cierto que el PIB en 2021 crecerá cerca de 9 puntos con respecto al año pasado, se debe recordar que la caída del producto bruto fue del 10% en 2020, una de las peores del mundo. Pero el mayor daño y que ha implosionado la inversión extranjera fue el retorno de las restricciones a la compra y venta de moneda extranjera que disparó nuevamente el mercado ilegal de divisas, catapultando la inflación, que ya con Macri se había descontrolado.

El segundo factor, tal vez más visceral, es la gestión de la pandemia. A comienzos de la primera ola de covid-19, la aprobación popular de Fernández trepó al 80% por su rápida reacción y su cautela, algo que resaltaba frente al liderazgo del vecino Jair Bolsonaro o del estadounidense Donald Trump. Pero al sentir de muchos argentinos, la Casa Rosada se obnubiló con la cuarentena (Argentina tuvo la más larga del mundo) y cuando llegó la temporada invernal la gente y la economía exigían una apertura en el momento más complicado.

Aquello derivó en una amplificación mortal de la epidemia y sumado a un sistema de salud pública con deficiencias, acabó convirtiendo a Argentina en uno de los diez países con mayor tasa de muerte por coronavirus en relación a su población. Para peor, la Casa Rosada mantuvo muchas restricciones y buscó impedir que gobernadores provinciales permitieran que los menores volvieran a las escuelas, irritando al electorado.

Un hecho no menor que también enfrentó a Fernández y su equipo con la sociedad fue el comportamiento ético frente a la pandemia. El año pasado se descubrió un sistema de vacunación VIP paralelo, sin respetar las citas, para sectores afines y cercanos al partido de Gobierno.

Pero lo peor vendría a mitad de este año, cuando se filtraron fotos y videos de una celebración de cumpleaños de la primera dama en 2020 en la residencia presidencial, con muchos invitados y ninguna mascarilla, con el presidente presente y, para peor, en el peor momento de la pandemia y de las restricciones a la movilidad.

La viralización de estas imágenes, con lo que ello implica en tiempos de redes sociales, provocó una irritación visceral, una abrupta caída de la imagen presidencial y de su credibilidad, radicalizando al electorado opositor, espantando a los indecisos y desmoralizando a los propios.

El tercer factor insoslayable es la disputa interna entre el presidente y la vicepresidenta, con ribetes de culebrón palaciego, que estalló tras las primarias de setiembre pasado. Cristina Kirchner llegó a publicar una carta abierta en la que le solicitaba a Fernández un cambio en su Consejo de ministros y de políticas, algo a lo que él se resistió pero luego acometió, sin contentar a nadie y ubicando como jefe de Gabinete (un cargo similar al de primer ministro en Argentina) a Juan Manzur, un polémico gobernador del norte, ultracatólico, antiabortista y denunciado por los colectivos feministas.

Fernández acusó recibo de la derrota pero solo en forma gestual. Sorprendió a todos pidiendo que acudan a una marcha convocada en su apoyo y celebras así el «triunfo» obtenido, lo que disparó las ironías en la prensa opositora y las redes sociales. A pesar de este insólito gaffe discursivo, el presidente pareció tomar nota de la nueva situación parlamentaria y convocó a los partidos de la oposición y a los dirigentes empresariales y sindicales a un amplio diálogo.

En un discurso grabado tras la jornada electoral, Fernández anunció que procurará «acordar una agenda» y pidió a la oposición que sea «patriótica» y esté «abierta al diálogo». Además, anunció que enviará un proyecto de ley con lo pactado entre las partes para dar certidumbre con un «plan económico».

Lo principal de sus declaraciones fue que ratificó que profundizará «los esfuerzos para alcanzar un acuerdo con el FMI» para refinanciar la deuda y que sostendrá al ministro de Economía (y negociador con el Fondo), Martín Guzmán, a quien el kirchnerismo desea ver sustituido por alguien de corte menos moderado en lo fiscal.

Los desafíos son claros para Fernández: tendrá una Cámara de diputados algo más adversa (perdió dos escaños y su grupo será de 118 legisladores, 117 JpC y 22 de fuerzas minoritarias) y un Senado mucho más difícil. También muchos auguran que recrudecerá la tensión interna con el kirchnerismo y muchos aún esperan la reacción formal de la vicepresidenta ante el nuevo contexto.

Por parte de la oposición, Juntos ha logrado mantener su mayor fortaleza, la unidad, a pesar de su diversidad (es un variopinto de liberales, conservadores y socialdemócratas) y es el primer experimento de coalición no peronista duradero en la historia argentina. Sin embargo, la irrupción en algunos distritos de la ultraderecha libertaria (en la capital obtuvo el 17% y en la provincia de Buenos Aires, el 8%) promete una tensión ideológica.

Desde hace meses hay una pugna entre halcones, liderados por Macri y sus exministros, y palomas, liderados por el alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, quien quiere ser candidato a presidente.

El giro al centro o a la derecha viene siendo, y será, uno de los ejes de esta formación hasta 2023. Por suerte para los argentinos, la nueva coalición de ultraderecha (La Libertad Avanza) dista de ser del estilo como las de Bolsonaro o Trump y su retórica antiestatal no suma elementos religiosos, xenófobos ni militaristas. Habrá que ver si la tentación populista no gana y no trae un nuevo neofascismo a una democracia occidental.