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El futuro es nuestro


Este 20-N los franquistas –no son nostálgicos porque siguen donde estaban, mandando y mangando– peregrinarán a Mingorrubio, acompañados por el abad del Valle de los Caídos y una cohorte de momias enriquecidas hasta el escándalo durante décadas de saqueo con patente de corso. Desde su satrapía, un Borbón regalará, tal vez, una lágrima al recuerdo de quien, a la postre, le ciñó la corona que el pueblo arrebató a su abuelo y ahora exhibe su hijo. Los nostálgicos de la Falange alzarán el brazo y, los que estén en condiciones, se acercarán a Cuelgamuros para desfilar ante el mausoleo de Primo de Rivera, aquel pistolero dandy que puso las bases para la matanza del 36. Allá ellos.

En Euskal Herria también habrá duelo, recuerdo y esperanza. Recuerdo, porque no olvidamos a Santi y Josu. Ni a tantos otros. Duelo, porque es verdad que nos hicieron daño. Nos mordieron en el alma cuando pretendieron que perdiéramos toda esperanza de un futuro en libertad. Pero viviremos la esperanza porque nos hicieron daño pero no nos hicieron desistir. Y ahí seguimos, en el camino de la libertad, la independencia y el socialismo.

Sabemos quienes dispararon contra Santi y Josu –cuatro diablos–. Conocemos a los que dieron las órdenes, el dinero, la cobertura y la promesa de impunidad. Ahí siguen, viviendo de los réditos por los servicios prestados. Pero hoy, lo más importante es que sabemos por qué lo hicieron, por qué nos los quitaron. A Santi y a Josu los mataron porque quisieran matar la palabra. No podían soportar la mirada limpia y la palabra clara que fundía paz con libertad, que son las dos caras de la misma moneda. Y Santi y Josu hablaban con claridad y miraban con transparencia.

También quisieron matar a Iñaki y a Jon. También mensajeros comprometidos, pero erraron el tiro contra un pueblo decidido que no olvida las enseñanzas de Lauaxeta –Dana emon biar yako maite dan askasunari– y Telesforo –Lepoan hartu ta segi aurrera–.

Este 20-N volveremos a abrazarnos en Bilbao, visitaremos Lekeitio y subiremos a Amaiur. Y lo haremos con la convicción de que en esta lucha de décadas no cabe oír cantos de sirena ni engaños. Sabemos que hoy somos porque antes fueron y nos mostraron el camino. No hay, pues, margen para el desvío ni para el desfallecimiento. De ellos aprendimos que hay que hacer lo que hay que hacer. Por eso sabemos que el futuro es nuestro.

El 20-N nos encontraremos en Bilbo. Y si se nos escapa una lágrima, no nos dé vergüenza. Serán lágrimas de esperanza, no de nostalgia.