La lucha campesina ha triunfado sobre el estilo autoritario de «hombre fuerte» con puño de hierro del primer ministro de India, Narendra Modi. Su decisión de derogar tres leyes para la reforma agraria, que había generado un rechazo frontal en un país donde casi la mitad de sus 1.400 millones de habitantes dependen de la agricultura para su sustento, y que provocó protestas durante los últimos 14 meses, sacando a las calles a cientos de miles de agricultores que se agolpaban a las puertas de la capital, es políticamente muy significativa. Es, sin duda, el revés más duro de sus siete años en el poder.

La decisión de Modi de abolir el sistema de mercados mayoristas administrados por el Estado desde hace décadas, desde la conquista de la independencia, en favor de la privatización de la tierra y de las ventas, sin ninguna advertencia o consulta con los afectados, se encontró con un rechazo inusitado. Para los agricultores, que forman un poderoso e influyente bloque de votantes, dejaba demasiado poder en manos de las grandes corporaciones y ponía en riesgo las garantías de precios mínimos en cultivos clave como el arroz y el trigo. La inesperada retirada llega cuando el Bharatiya Janata Party (Partido Popular Indio) de Modi se prepara para las elecciones estatales en Uttar Pradesh (el más poblado del país) y Punjab, estados agrícolas donde la resistencia ha sido feroz, luego de su derrota en mayo en las elecciones de Bengala Occidental.

Parece obvio que la decisión de capitular de Modi se ha tomado por consideraciones electorales. Pero no es tan claro que esta «derrota» la convierta en una victoria en las urnas. Es muy probable, además, que influya en su base de apoyo, ya que socava su imagen de hombre fuerte, impermeable a la presión y a la crítica. Quizá no se percibirá como un gesto a favor de los campesinos, sino como la espantada de una promesa de no retirarse, Y seguramente, solo es el comienzo de muchas más victorias para las voces de la gente y el movimiento campesino indio.