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Peor que inútiles, nocivos


Los viajes turísticos espaciales son un pasatiempo obsceno por muchas razones, y en la actual situación de emergencia climática también por las emisiones de gases que generan. Un mercado de derechos de carbono no los detendrá nunca, por la sencilla razón de que los ricos se pueden permitir pagar por esos derechos lo que les pidan. Es más, si se lo proponen, esos millonarios aburridos podrían especular y hacerse incluso más ricos todavía comerciando con los derechos de emisión en los mercados de carbono.

Algo parecido ha ocurrido con las vacunas contra el covid-19. Los países poderosos han acaparado dosis hasta tal punto que ya no saben qué hacer con ellas, atrapados entre una fecha de caducidad que se acerca y unos contratos que no les permiten donarlas. En Europa no se les ha ocurrido nada mejor que empezar a poner dosis de recuerdo, mientras en muchos países del mundo los grupos de riesgo todavía siguen sin estar vacunados.

En ambos casos se acepta implícitamente la idea de que el mercado es el mejor mecanismo –por no decir el único– para repartir recursos, y por tanto, sirve para resolver casi cualquier clase de problema que se pueda plantear: reducir las emisiones o distribuir vacunas, sin ir más lejos. Sin embargo, la evidencia empírica –los dos ejemplos arriba reseñados son un claro exponente– nos recuerda una y otra vez que en el mercado los ricos y poderosos siempre ganan por goleada.

En general, las soluciones técnicas, como montar un mercado de derechos de emisión, tienen muy fácil aceptación en una sociedad donde el conocimiento experto está sobrevalorado. Esas soluciones tienen también la virtud de inhibir la participación de la gente: si lo dicen los expertos que son los que saben, por algo será… De este modo, sobra la preocupación, no hay ninguna necesidad de reflexionar y, además, nadie asume ninguna responsabilidad sobre el resultado: si los técnicos lo dicen… Lo peor de todo es que parece que se está haciendo algo cuando en realidad no se está haciendo absolutamente nada.

La emergencia climática es consecuencia de una relación depredadora entre sociedad y naturaleza. Es por tanto, un asunto humano que no tiene solución técnica; la solución es política y nos obligan a tomar partido, se quiera o no.