En un contexto inclemente, marcado por la pandemia pero caracterizado también por catástrofes naturales, e incluso por magnicidios como el del presidente Jovenel Moïse en Haití, el flujo migratorio hacia EEUU ha alcanzado en 2021 cotas particularmente altas. Una excepcionalidad que, sin embargo, no se ha apreciado en la respuesta de las autoridades, tan severa como siempre y que ha llevado a triplicar el número de detenciones en la frontera sur del gigante norteamericano. No le ha andado a la zaga el Gobierno mexicano, que se ha erigido en primera línea de contención de las personas migrantes, stopper de lujo para la Administración estadounidense, siempre presto para amenazar con represalias arancelarias o de cualquier otro tipo en caso contrario.

El reportaje firmado por Orsetta Bellani que publicamos hoy en estas páginas retrata una realidad dramática y al mismo tiempo tozuda, la que protagonizan cientos de miles de personas que no se resignan a una vida de penuria. Porque, más allá de eventos coyunturales más o menos inevitables, lo que mueve a quienes se echan a la carretera para recorrer miles de kilómetros es el deseo de alcanzar una existencia digna, o simplemente para garantizar su propia existencia, y muchas veces también la de sus seres queridos. Un anhelo que no nos es ajeno en Europa, pues es el mismo que ha provocado la muerte de 1.500 personas en el Mediterráneo este año. Los últimos, más de medio centenar, solo unas horas antes de escribir estas líneas.

Cuando alguien decide rebelarse frente a la fatalidad no hay fuerza que le persuada de lo contrario. Por ello, pretender acabar con este sobrecogedor movimiento de personas sin atender a las razones de fondo es como poner puertas al campo; no va a servir para nada más que para sembrar de dolor un camino que va a ser recorrido igualmente y para alimentar a quienes hacen negocio de la necesidad ajena. No hay muro infranqueable para el ser humano ni combustible más vigorizante que la esperanza.