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Sudáfrica despide a su «conciencia nacional»

Sudáfrica despidió ayer al arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz y figura clave de la lucha contra el régimen racista del apartheid. El funeral, cuyos detalles habían sido organizados por el propio fallecido, fue emotivo pero también una celebración de la vida y la lucha del clérigo, al que el presidente del país, Cyril Ramaphosa, y los allegados que participaron recordaron como «conciencia nacional» y «voz de los sin voz».


Sudáfrica despidió ayer en Ciudad del Cabo a uno de los últimos grandes héroes de la lucha contra el apartheid, Desmond Tutu, durante un funeral sin pompa como él había deseado pero cargado de emoción y palabras que recordaron cómo el pequeño hombre del vestido morado hizo historia.

Bajo un cielo plomizo y una fina llovizna, familiares y amigos, sacerdotes y dignatarios acudieron a la catedral anglicana de San Jorge para una misa de réquiem por el obispo Tutu, quien murió el 26 de diciembre a los 90 años, y que él mismo la había organizado hasta el más mínimo detalle, eligiendo lecturas y oradores.

«Papá diría que el amor que todo el mundo nos ha mostrado es reconfortante. ¡Gracias por amarlo tanto!», señaló su hija.

Después del himno nacional, el presidente, Cyril Ramaphosa, pronunció el panegírico. «Si el arzobispo Desmond Tutu estuviera aquí, diría: ¿Por qué estás tan triste, tan desgraciado? Hubiera intentado arrancarnos una risa», bromeó.

Tutu «era nuestra brújula moral, pero también era nuestra conciencia nacional», añadió.

«Madiba (Nelson Mandela) fue el padre de nuestra democracia, el arzobispo Tutu su padre espiritual», declaró el jefe de Estado antes de entregar solemnemente la bandera nacional a la viuda del fallecido, Nomalizo Leah Tutu, llamada ‘Mama Leah’ en el país.

Tutu había pedido que el ataúd de pino claro en el que se colocó su cuerpo los dos últimos días en la catedral, para que acudieran miles de personas a honrar la memoria de sus luchas, fuera «lo más barato posible».

Sin asas doradas, con solo trozos de cuerda para el transporte, y encima, un sencillo ramo de flores blancas.

Había designado a su viejo amigo el obispo retirado Michael Nuttall, su ‘número dos’ cuando Tutu era arzobispo, para pronunciar el sermón. Su vínculo «sin duda tocó la fibra sensible en los corazones y las mentes de muchos: un líder negro vibrante y su adjunto blanco en los últimos años del apartheid no fue una hazaña pequeña. ¡Y el cielo no se derrumbó!. Fuimos un anticipo de lo que podría ser nuestro país dividido», afirmó.

La expresidenta de Irlanda Mary Robinson participó en la lectura de la oración universal, en presencia de Letsie III, el rey de la vecina Lesotho, y de Nogduop Dorjee, un representante del Dalai Lama con quien Tutu compartió una gran amistad y risas en cada encuentro.

Las restricciones derivadas del covid-19 obligaron a reducir el número de asistentes a un centenar.

Las exequias contaron con la participación de diferentes coros –con interpretaciones emitidas de manera virtual– cuyas voces llenaron el templo al cantar el himno nacional de Sudáfrica, un símbolo de la unidad «arco iris» que defendió Tutu.

Durante toda la semana se han sucedido homenajes en todo el país y en el exterior. Cientos de sudafricanos desfilaron por la capilla ardiente en la catedral durante durante el jueves y el viernes.

En Soweto, Tutu denunció la violencia contra los estudiantes en junio de 1976, reprimidos con sangre. Poco a poco, se convirtió en la voz de Mandela, encerrado en Robben Island y cuyo rostro los más jóvenes empiezan a desconocer. La Policía y el Ejército lo amenazaban y solo su condición de arzobispo lo salvó de la prisión y sirvió de escudo en las protestas.