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FIN DE LA REVUELTA CIUDADANA

Una mirada a Kazajistán

Si después de el 11 de septiembre de 2001, Asia Central se situó brevemente en el centro de la atención mediática, desde entonces ha estado sumida en el silencio mediático de los medios de comunicación de occidentales, salvo en ocasiones puntuales en las que ha vuelto a la primera plana. como ha sucedido con la revuelta en Kazajistán.


La mayoría de noticias y análisis sobre Kazajistán evidencian un profundo desconocimiento sobre su realidad, mientras manejan un sin fin de tópicos y lecturas interesadas. Como decía una fuente local, «las corrientes subterráneas que se mueven bajo la superficie de la vida política y social de Kazajistán no son percibidas por la mayoría de Occidente».

La cultura política de Kazajistán no es homogénea. La aparición de una nueva clase media educada, los movimientos migratorios internos (buena parte de la población más joven se desplaza del campo a la ciudad en busca de mejoras), así como muchos aspectos del pasado soviético y de la influencia rusa que conviven con grupos que promueven una agenda nacionalista kazaja (reafirmado su lengua y cultura) han ido configurando su realidad política.

Su política exterior ha estado caracterizada por la estrategia «multivectoral», donde resalta la importancia de mantener relaciones cordiales con otros Estados (sobre todo con las grandes potencias). Así ha venido diversificando sus vínculos políticos y económicos.

Además, el Estado ha sabido mantener un control sobre los sectores religiosos (más de 2.600 nuevas mezquitas construidas desde 1991), consciente, tal vez, de que la mayoría de la población sigue siendo atea. Y, paralelamente, ha desarrollado un sistema educativo moderno, con una universidad de renombre en Nur-Sultán, Sin olvidar la posibilidad de realizar estudios de posgrado en el extranjero gracias al programa Bolashak.

Las transformaciones postsoviéticas, impulsadas por el neoliberalismo, no fueron resultado de demandas de la población, sino un proceso liderado por las élites que, en nombre del Estado, han preservado y perpetuado los intereses del sistema capitalista establecido.

Kazajistán y la cleptocracia moderna. El sistema económico y político está dominado por una élite de políticos y burócratas que han usado su poder para apoderarse de los recursos y enriquecerse. La corrupción y el amiguismo son realidades sistémicas: el soborno, la apropiación indebida de activos estatales, los fraudes… «hacen de este sistema cleptocrático algo similar a una organización mafiosa».

Además, buena parte de la riqueza ha sido transferida fuera del país. La transferencia de capital ilícito, con el beneplácito de muchos Gobiernos e instituciones occidentales, ha generado efectos perniciosos tanto para la población de Kazajistán como para las de esos países (compra e influencia de políticos, un sistema democrático socavado por esas influencias, aumento de los precios de la vivienda por la especulación de ese dinero negro, informaciones pagadas en medios de comunicación para blanquear la realidad y crear una cortina de humo que oscurezca la realidad...).

Durante mucho tiempo, Occidente y sus aliados se han convertido en refugio seguro para las riquezas adquiridas por esos sectores corruptos, lo que demuestra que para ellos la lucha contra la corrupción no es una cuestión moral o legal, sino una estrategia y un campo de batalla por la hegemonía geopolítica.

Occidente se ha dejado seducir por esa amalgama de oligarcas y políticos que utilizan una formidable maquinaria para generar una cobertura positiva de Kazajistán. La cobertura mediática de supuestos expertos sobre lo que pasa en Kazajistán «se centra en los derechos formales, cuando el concepto occidental de derechos humanos no abarca la complejidad de las aspiraciones locales. La población de Kazajistán quiere un cambio radical y completo, y eso es más que derechos formales».

Un pulso ente el régimen y la oligarquía. En los últimos tiempos se han dado tensiones entre el régimen y la oligarquía. Hasta ahora había una coexistencia del sistema con un papel determinante de la oligarquía.

Los oligarcas han sido la clase rentista que se aprovecha del impulso neoliberal durante la construcción de los nuevos Estados que surgen tras el desmoronamiento del espacio soviético. Han aprovechado los recursos estatales para enriquecerse y utilizan al propio Estado como un mercado de inversión para generar rentas directas.

El sistema político y los partidos son las herramientas desde las que influir y tomar decisiones sobre las políticas en base a sus intereses. Aprovechan el sistema de financiación de los partidos para patrocinarlos y condicionarlos y al mismo tiempo logran controlar e influir en los aparatos de seguridad, en el sistema judicial y en el legislativo.

La crisis actual. A principios de año, el aumento de los precios del combustible desencadenó protestas que desde Almaty se extendieron al resto del país. Su origen está en los cambios de los dos últimos años. Por un lado, el deterioro en el bienestar social, con un aumento de la inflación (sobre todo en el coste de los alimentos) y del endeudamiento de la población. Por otro lado, la pandemia y las medidas para combatirla, que han ido acompañadas de cierres y bloqueos que han contribuido al aumento del desempleo y a la pérdida de las fuentes de ingresos. Finalmente, la caída del precio del petróleo en 2020 que redujo los ingresos del Estado.

Se percibe la confluencia de varios factores: un declive económico relacionado con la pandemia; la protesta inicial utilizada luego por algún sector del régimen en beneficio propio y la oligarquía que sigue asentada en las bases del sistema.

La transición cambia de guion. Desde hace tiempo, el hasta ahora todopoderoso Nursultán Nazarbayev venía diseñando una transición para ser sustituido en algunas funciones, una estrategia dirigida a reforzar y asegurar su autoridad. Por un lado, realizó dos nombramientos: Karim Masinov como jefe del Comité de Seguridad Nacional, un aliado estrecho que no podía sustituirle en la cima del poder por su origen uigur, y Kassym-Jomart Tokayev como su sucesor, aprovechando su debilidad, ya que en un principio no tenía muchos seguidores ni aliados en las estructuras de poder.

Por otro lado, Nazarbayev aprobó dos medidas para mantener su influencia: la ley sobre su estatus, que garantizaría su seguridad personal, y su nombramiento como presidente del Consejo de Seguridad.

La pandemia le ha servido a Tokayev para maniobrar y aumentar su poder y control de la burocracia estatal y tejer aliados. El estallido de esta última crisis nos muestra ese pulso que finalmente parecen haber mantenido Nazarbayev y Tokayev.

Probablemente este último no haya sido el impulsor de la crisis y de las protestas, pero sí ha sabido recolocarse y sacar provecho. La destitución del Gobierno debilita y señala ante la población a los aliados de su predecesor. Su autodesignación como presidente del Consejo de Seguridad es un duro golpe para Nazarbayev. Además, con la detención de Masinov, le debilita aún más y busca una cabeza turco.

Si en un principio la solicitud de ayuda puntual a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) podía deberse a las dudas sobre la capacidad de sus propias fuerzas de seguridad y servicios secretos para reconducir la situación, con el paso de los días ha servido para reforzar las fuerzas locales alineándose en torno a Tokayev y haciéndose en pocos días con el control de la situación.

Los vencedores, de momento, son Tokayev y Rusia. El primero ha demostrado que puede hacerse con el control del país, construir relaciones pragmáticas con sus aliados internacionales y mostrar su capacidad para lograr la salida rápida de las tropas de la CSTO, dando seguridad a las élites oligárquicas y al entramado de poder.

Por su parte, Moscú logra preservar en Kazajistán un sistema que le conviene, refuerza la autoridad y el papel de la alianza militar tejida en torno a la CSTO y vuelve a presentarse como mediador o garante de la resolución de conflictos.

La otra cara de la crisis. Los intentos de cambiar el sistema han fracasado. Bien por una intervención extranjera al hilo de las «revoluciones de colores» (en este caso habría que huir de cualquier comparación con Bielorrusia o Ucrania) bien por el impulso de algunos sectores oligárquicos en busca de un giro en la política exterior o un golpe de Estado interno, el resultado no ha ido en esa dirección.

La población que salió a las calles para exigir una transformación real tampoco ha logrado sus objetivos. La falta de liderazgo y la ausencia de una agenda política abría las puertas a acciones espontáneas y a una posterior manipulación extranjera.

Una cosa parece clara, Kazajistán se encuentra a las puertas, sino las ha traspasado ya, del final de la era Nazarbayev. Pese a las posibles pugnas internas entre las élites oligárquicas, parece que el sistema pervive y que esas élites seguirán consolidando su poder, ahora con Tokayev.

Como decía una fuente kazaja, «todo parece indicar que pese a los defectos del modelo actual, el sistema está tan arraigado en la estructura económica y política del país que será difícil cambiarlo a corto o medio plazo».