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EDITORIALA

Una estúpida y peligrosa escalada de la tensión


Fijada la atención en la ola pandémica producida por ómicron, es posible que al grueso de la sociedad le hayan pasado casi desapercibidos los tambores de guerra que suenan con Ucrania como escenario. Una estúpida escalada de la tensión en medio del continente, que tiene como protagonistas a mandatarios con serios problemas internos, como Joe Biden o Boris Johnson, o a líderes que han hecho del autoritarismo su posición natural, como Vladimir Putin. Una escalada que también es peligrosa, porque puede llenar de nuevo Europa de armas nucleares, en gran medida por la retirada unilateral de EEUU de acuerdos de desarme como el INF.

Es difícil establecer la causalidad del conflicto, porque en este viejo continente siempre se puede retroceder un paso en el tiempo en busca de agravios. También es complicado acercarse a un tema que sigue teniendo una gran carga emotiva, heredera de posiciones antagónicas durante la Guerra Fría. Para acabar de complicarlo todo, la propaganda no ayuda en nada. Es impensable que Moscú se plantee la invasión y anexión de Ucrania entera, pero en esos términos se presenta a menudo el problema.

Propaganda y nostalgia al margen, conviene aproximarse al conflicto como lo que es: un asunto geopolítico que nada tiene que ver con la expansión de la democracia. Rusia lleva años advirtiendo contra los intentos de la OTAN –léase EEUU– de ganarle terreno a las puertas de sus fronteras, y parece que ahora se ha puesto seria en su demanda, poniendo sobre la mesa una serie de acuerdos para blindar cierto statu quo. La bravucona respuesta de EEUU, que contrasta con el bajo perfil de París y Berlín –no puede decirse lo mismo de Madrid–, no hace sino dificultarlo todo. Es hora de que Europa deje de ser una colonia diplomática y militar de EEUU y pase a negociar con Moscú cómo evitar un conflicto armado cuyas consecuencias serían impredecibles. Porque lo que nadie sensato discute es que no se puede permitir que esta guerra estalle.