Filippo ROSSI
Herat

HAMBRE Y POBREZA EMPUJAN A MUCHOS AFGANOS A VENDER SUS ÓRGANOS Y A SUS HIJAS

Miles de personas malviven en condiciones inhumanas en las afueras de Herat, buscando soluciones para pagar sus deudas y poder comer. Muchos de ellos se han visto obligados a vender sus órganos o a sus hijos solo para sobrevivir.

Un grupo de tiendas de campaña. Un viento frío. Solo las pocas fogatas calientan los cuerpos. Excrementos, perros callejeros. La escena es angustiosa, triste. Es en este entorno en el que Nasratullah, de 50 años, vive con su familia, a solo 5 kilómetros de Herat, a un lado de la carretera principal que conecta las afueras de la ciudad con la provincia de Badghis. Nasratullah y un grupo de personas se acercan. Los adultos muestran las marcas de irritaciones y alergias en la piel de sus hijos. Nadie les ayuda. En Afganistán, todo el mundo debe pensar en sí mismo. Ya no hay ayuda internacional. Las ONG huyeron con la llegada de los talibanes, dejando atrás a una población que tuvo que empezar a valerse por sí misma después de años de asistencia.

«Estoy listo para vender a mi hija», ruge Nasratullah en medio del alboroto. «Llegamos aquí hace dos semanas y media desde la provincia de Ghor, debido a la hambruna. Pero aquí no tenemos nada. Sin trabajo, sin ayuda. El Estado se ha olvidado de nosotros. No tenemos más remedio que vender a nuestros hijos», afirma. Se acerca a su pequeña, quien sonríe y le hace muecas a su hermanito. Él la levanta y la hace sentarse junto a su esposa. «No tenemos otra opción. Si alguien la quiere, que se la lleve», dice. «Nos aterroriza la idea –continúa Nasratullah–. No sabemos qué sería de ella. En general, los niños se compran y luego se dan en matrimonio. Pero si no tienes agua ni comida, ¿qué puedes hacer?».

No es el único que pronuncia este discurso en el campamento. «Esta gente está allí por la falta de agua en la provincia», dijo un hombre de Herat. «Allí se habrían muerto de hambre. Pero aquí las condiciones de vida también son deplorables», añade. El viento frío sopla a través de las tiendas, desgarra corazones y destruye almas.

No solo hay sufrimiento en Herat. A pocos kilómetros del campamento, en las afueras, se encuentra el distrito de Seshanbe Bazaar, un grupo de casas en medio de una árida llanura. Allí vive gente que viene de la provincia de Badghis a trabajar, a menudo endeudada con empresarios locales para pagar el viaje y su instalación. Seshanbe Bazaar tiene un triste historial: muchos lugareños han vendido ilegalmente uno de sus riñones para pagar deudas y mantener a sus familias.

Solo las bombas de extracción de agua emergen de este desierto. Monumentos en medio del desastre. Jóvenes y ancianos están sentados en muretes, mirando al vacío, a veces con un cigarrillo en la mano. «Treinta o cuarenta personas han vendido sus riñones aquí. ¿Cómo puedes vivir así?», pregunta un residente del pueblo. «¿Ve a ese?», dijo, señalando a uno de sus vecinos. «Su hermano llevó a su hija al mercado para venderla. Nadie la quería. Así que la trajo de vuelta a casa».

No es una pesadilla. La gente está dispuesta a cualquier cosa. Farida, de 35 años, no dudó mucho. Sus ojos están llenos de tristeza. Su hija Hasina, de 8 años, se aferra a ella. Parece preocupada. «Hace unos meses se la vendí a unos familiares por 200.000 afghanis (alrededor de 2.000 euros). Ahora mismo es muy pequeña, pero en seis meses o un año vendrán a recogerla y se casará con un niño de diez años. ¿Qué puedo hacer? Mi corazón está roto, pero no tuve otra opción para poder comer y pagar las deudas contraídas con quienes me ayudaron a venir hasta aquí», explica Farida. Su casa parece una cueva, con dos pequeñas y espartanas habitaciones. «Estamos desesperados y estoy dispuesta a vender a mi otra hija si es necesario», asegura. Hasina parece entender a medias lo que está pasando. Cuando se le pregunta si sabe que pronto tendrá que irse de casa, responde: «Sí, por supuesto que lo sé». Parece aceptarlo. Quizás todavía no entienda las consecuencias.

«A veces no tienes elección»

Cerca de Farida hay un grupo de jóvenes que, tímidos, miran y se burlan. Se suben su peran tomban, vestimenta tradicional, para mostrar una cicatriz en la parte inferior del abdomen. «Hace año y medio vendí mi riñón por 300.000 afghanis (unos 3.000 euros). No tenía trabajo y tenía que pagar mis deudas. Usé parte para pagar mis deudas y la otra para comer. Lo haría de nuevo si tuviera que hacerlo. Por ahora no puedo trabajar mucho. Me faltan fuerzas y cuando hace frío, simplemente no puedo. El médico me dijo que no lo hiciera, que era ilegal. Pero, repito, a veces no tienes elección», asegura Rengishah, de 26 años. Cuentan cómo algunos hospitales de Herat realizan ilegalmente la operación para recibir dinero. «Había un hombre en Kabul que necesitaba un riñón. Lo vendí a través del hospital», señala mostrando su cicatriz. La misma historia de Mohammed Rasul, de 21 años: «Mi mamá y mi hermana hicieron lo mismo. Por 250.000 afghanis (2.500 euros). Estoy desesperado», espeta. Ahora, incapaces de trabajar y sin dinero, han vuelto al punto de partida.

Dos hospitales realizan estas operaciones en el centro de Herat. Uno de ellos fue citado en una investigación del diario “The New York Times” y su gerente no ha querido hacer declaraciones, el otro hospital, Arya, ha sido más abierto. Un médico explica que, aunque la práctica es ilegal, «las demandas se han disparado desde el cambio de régimen y el agravamiento de la crisis». Los talibanes, por otro lado, prohíben a todos los hospitales realizar trasplantes de órganos hasta nuevo aviso y prohíbe también los matrimonios infantiles, considerados ilegales desde hace unas semanas. Dos prácticas ancestrales, aún ocultas. Pero con la crisis económica, alimentaria y climática, los afganos están dispuestos a todo. A menudo se escogen la solución más rápida.