Cadenas
No quiero tener que enseñarle a mi hijo que le hace falta un código QR para vivir», argumenta, en las postrimerías de una de las manifestaciones que cada fin de semana se celebran en el hexágono, un antivax con un número de la Seguridad Social, una tarjeta bancaria asociada al IBAN de su cuenta, un dispositivo móvil de última generación registrado en una operadora y un automóvil matriculado y con las cifras de la póliza de su seguro bien visible en su parabrisas para evitar una multa que, de darse, iría a su nombre, ése que aparece en su documento de identidad inscrito junto a unos caracteres arábigos que nos clasifican en los archivos administrativos. En esta cadena de cadenas, el QR no llega a eslabón. Pero da igual, los colaboracionistas con el sistema son otros, son esos que se han pinchado el veneno de la industria farmacéutica, da lo mismo si ha sido por una cuestión de salud comunitaria o individual, lo han hecho y punto, cobardes. Y así nos va, encadenados a un discurso conspiracionista alimentado por una extrema derecha que se alza peligrosamente en las encuestas, con un 30% de intención de voto repartido entre Zemmour y Le Pen, sin contar con la derecha extrema ni con la liberal. En la numerosa cadena humana del viernes en Baiona en favor del euskara no se buscaba un número. Sólo un enseñarles a nuestras hijas que ellas son el eslabón de una lengua nos hace falta para vivir.