Eneko Calle
Asociación Paz con Dignidad
GAURKOA

El relato sesgado que enturbia el conflicto en Ucrania

La era de internet nos ha llevado a una sobreinformación que tu cerebro no es capaz de absorber. La red está llena de información, veraz o no, y tu mente selecciona solo algunos fragmentos, reteniendo una mínima cantidad. Para esta selección ya no necesitas ni pensar, ahí están los algoritmos que filtran esa información para mostrarte solo lo que supuestamente te interesa como consumidor.

Pero no solo hay filtros en internet. El baluarte de la libertad de expresión, los grandes medios de comunicación, también te cuentan verdades sesgadas, aunque quizá de una manera más sutil. O te muestran una realidad distorsionada, interesada. Y en vez de algoritmos te resumen lo que ocurre a tu alrededor en titulares de 280 caracteres, en un clip de sonido o en una píldora informativa para un noticiero de televisión. A lo mejor, sin leer con detenimiento o escuchar de lo que trata, entrarás en su juego y compartirás aquello que te han contado. Muchas veces fake news o noticias en favor de sus propietarios, casi siempre empresas transnacionales.

En este sentido, la escalada de tensión entre Ucrania y Rusia (¿únicamente?) de estos días también está atravesada por la manipulación mediática. Pocos análisis en profundidad, poca información no posicionada, pocas fuentes diversas, e imágenes que más que explicar justifican de parte el conflicto bélico.

Pero párate un momento a pensar. Haz una lectura crítica de lo que lees, ves y escuchas. Analiza cómo tratan de que pasemos del masivo «No a la Guerra» a que defendamos, toleremos o al menos justifiquemos una escalada militar en plena Europa. Voilà! Ese es el poder de los grandes medios. Estos, a través de su artillería de columnistas de opinión, periodistas que opinan, editoriales, reporteros y reporteras de guerra, programas especiales, portadas de periódicos, entrevistas, etc., llevan una semana bombardeándonos con la necesidad del despliegue de la OTAN, en base a un lenguaje ya manido.

Nos hablan así de la «asimetría» de tropas y armamento entre Ucrania y Rusia; de que fue Rusia el primero en desplegar sus fuerzas en la frontera; usan el concepto de «territorio ocupado» al referirse a Crimea; consideran «formación militar» la labor de la CIA armando grupos paramilitares y mercenarios en Ucrania; y no cejan de consolidar los roles de género habituales de los conflictos bélicos, entrevistando a hombres preparados para ir a la guerra, mientras que las mujeres llenan sus neveras, al menos, para dos meses. El romanticismo bélico, en definitiva.

Y a base de bombardeo, acaba formando parte de tu imaginario. Pero no. La realidad es mucho más compleja, me temo. Sin ser ni mucho menos experto, sé que para entender qué está pasando es preciso mirar por debajo del relato oficial, y analizar con sentido crítico y rigor los rastros de poder e intereses que hay detrás de este conflicto. Por poner solo algunos ejemplos: el agresivo papel de la OTAN en la disputa entre EEUU y China por la hegemonía mundial, donde Ucrania juega un rol fundamental; la relevancia de este país para el desarrollo del gran proyecto chino de La Ruta de la Seda; el valor estratégico de Ucrania no solo como granero de Europa sino también por sus reservas de litio y tierras raras, claves para la economía digitalizada; o, por supuesto, la tensión constante a la que el reaccionario gobierno de Putin somete a todos sus países limítrofes. Pero de todo esto no te informarás de manera clara, integral y sosegada en los mass media.

Es lo habitual, lamentablemente. Pero, además, es un relato sesgado, que no tiene por qué ser válido para otros contextos de conculcación de derechos humanos, ya que la verdad oficial varía en función de intereses económicos y geopolíticos. De esta manera, no leerás el concepto de «territorio ocupado» cuando se refieren a Palestina. Aquí el enfrentamiento no es asimétrico, sino entre iguales, y queda en el aire quién ocupa y quién está sometido. Poco conocerás en consecuencia sobre la violencia de colonos israelíes contra población palestina, ni de las demoliciones de sus casas, como la que ocurrió hace unos días en Sheikh Jarrah (un barrio palestino de Jerusalén Ocupada).

En esa lógica, la sistemática violencia paramilitar o los desplazamientos forzosos en Colombia no abrirán telediarios; ni los impactos nocivos de las grandes empresas, como el vertido de Repsol en Perú, como botón de muestra; poco se conoce de la situación de la activista del Sáhara Occidental, Sultana Jaya, sitiada en su casa, violada y amenazada por la Policía marroquí por defender un Sáhara libre; tampoco de la pesca y fosfatos que se siguen expoliando, entre otros recursos naturales, en el Sáhara Occidental; y mucho menos te contarán sobre la revolución de Rojava y la Confederación Democrática del Kurdistán, su lucha contra el Estado Islámico (ISIS), su apuesta por la liberación de las mujeres kurdas o su modelo democrático de convivencia entre los pueblos.

En definitiva, cuestionemos lo que nos cuentan, creemos relatos propios sobre lo que ocurre, luchemos contra la sinrazón. Porque lo que está en juego en Ucrania y en otros lugares es construir un mundo más decente y justo, muy lejos del relato y la práctica de los grandes intereses transnacionales. Esa partida más crítica no interesa a los señores de la guerra. Pero es en esa partida en la que nos jugamos nuestra existencia, y sí, si la juegas, conmigo y con otras, ganaremos.