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De Otawa a París, pasando por Weimar y Roma


Ciertamente no es fácil, no ya compartir sino siquiera comprender, la errática gestión de la pandemia por parte de los Gobiernos occidentales durante estos dos últimos extenuantes años.

Sobre todo ahora, cuando los mismos que criticaban en la primavera de 2020 a la Gran Bretaña de Boris Johnson y a Suecia por rechazar medidas draconianas de confinamiento y distancia social defienden ahora la necesidad de convivir con el virus y se pelean por ser los primeros en derogar las restricciones.

Doctores tiene la iglesia y no seré yo quien se atreva a discutir con los expertos, que aseguran que el contexto pandémico ha cambiado y que la variante ómicron no es la delta, aunque la gente siga contagiándose, y muriendo en las UCI – aunque sea en menor proporción–.

Lo que no comprendo es a que determinada gente que muestra dudas razonables sobre las respuestas a una crisis sanitaria mundial que cumple dos años –mucho tiempo a escala vital, un segundo en la historia de los virus– se preste a entender, e incluso a compartir, protestas como la que, desde Canadá, se está intentando extender a Europa, con epicentro en París, a donde llega hoy un convoy desde Baiona.

Los lemas que corean los camioneros en Otawa: «Kim Jong Trudeau», «Canadá = dictatura comunista» y las banderas con la imagen de Donald Trump al viento, ponen los pelos de punta.

Y los principales promotores de los bloqueos son Canada Unity, un grupo conspiranoico que se declara admirador de QAnon, la organización negacionista que participó en el asalto al Capitolio, y Maverick Party, un movimiento que aboga por la independencia de las provincias del oeste de Canadá en respuesta al soberanismo quebecois.

La islamofobia, el antisemitismo, el racismo y la mitificación de la violencia resuenan entre el ruido de los claxones que retumban en las ciudades canadienses.

Sorprende pues, que a ambos lados del charco haya gente que haga causa común con semejante gentuza.

Y que el izquierdista francés Jean-Luc Mélenchon coincida con Marine Le Pen al mostrar su comprensión con las protestas.

No sé qué es peor, si se mueve por electoralismo o por la manida tesis de «cuanto peor mejor» y «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Tesis asumidas por buena parte de la izquierda en la Alemania de Weimar y en la Italia de los años 20. El resultado, conocido, fueron el fascismo y el nazismo. Sin vacunas y a pelo.