Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

El daño de Mertxe

Oso latza izan da» es lo único que pudo decir Joxe Arregi antes de morir a causa de las brutales torturas infringidas por la Policía Nacional. Fue el 13 de febrero de 1981 y Franco hacía seis años que había fallecido en su cama. Sin embargo, en el edificio de la Dirección General de Seguridad, el horror de las torturas continuaba siendo la norma en los interrogatorios policiales, sobre todo cuando los detenidos eran militantes de ETA o vinculados al independentismo de izquierdas. El horror prosiguió en las décadas siguientes, incluso cuando el régimen del 78 instaló en Ajuria Enea al PNV y con él llegó la policía autónoma. En los primeros meses de 2009 me encontraba en la cárcel de Soto del Real. Estaba en prisión provisional por lo que el juez Garzón consideró un delito de «pertenencia a ETA» que, entonces y ahora, no deja de ser algo muy absurdo y surrealista. Los primeros días de febrero, desde la prisión de Topas, llegó una compañera, Mertxe Alcocer. Había sido salvajemente torturada y dos meses después de su detención todavía era fácil sentir en ella la huella que deja el sufrimiento interior de la tortura. Me impresionó porque, allí, en el patio, con el frío y la nieve, tuve su daño tan cerca de mi soledad que, en un segundo, la tortura dejó de ser el relato, la imagen o la denuncia que indigna para ser la realidad destrozada que bordea la muerte.