Se puede leer estos días y ver imágenes del hallazgo del mítico barco, el Endurance, de la expedición comandada por Ernest Shackleton, hundido meses después de quedar atrapado por el hielo el 18 de enero de 1915. Unos 107 años más tarde, el bergantín ha sido encontrado a 3000 m de profundidad, en el mar antártico de Weddell. Pudiera pensarse que no es una aventura de montaña que corresponda a estas páginas, pero los relatos de las exploraciones y expediciones árticas y antárticas han resonado siempre con fuerza en el imaginario de los alpinistas, quizás identificados con esas extraordinarias hazañas de supervivencia y tesón. En concordancia, a las grandes montañas nevadas se les ha denominado a menudo el “tercer polo de la Tierra”, por su blanca soledad, desolación y lejanía del calor de la humana sociedad. Los 20 meses que duró la odisea (en sentido literal de vuelta a casa) de Shackleton y los 28 miembros de su tripulación, los cuales sobrevivieron todos, es difícilmente comparable con cualquier historia de supervivencia alpina, por muy trágica y brutal que esta haya sido. La expedición abandonó Europa justo al comienzo de la I Guerra Mundial, a la cual fueron ajenos durante su extraordinaria aventura, como si el mundo se hubiera desdoblado en dos universos paralelos, y el suyo estuviera ya muy distante de una de las carnicerías que durante el último siglo han caracterizado los llamados “valores europeos”.