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PRIMERA ETAPA DE LA COALICIÓN «SEMÁFORO»

Los 100 días en los que el tripartito alemán ha girado 180°

Hoy se cumplen los primeros cien días de mandato de la coalición «semáforo» del canciller alemán, Olaf Scholz. La «operación militar especial» rusa o sea guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha causado un «cambio de época» en Alemania, que ha virado 180 grados.


Hace dos meses corría un meme por las redes sociales: «Se busca a Olaf Scholz». Después de haber jurado su cargo de canciller, el 8 de diciembre, el socialdemócrata desapareció. En medio del debate sobre la obligatoriedad de la vacuna anticovid y la creciente crisis con Rusia por la guerra en Ucrania, el jefe de Gobierno había estaba missing. Su partido socialdemócrata (SPD) iba bajando en las encuestas. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), segunda fuerza política, le adelantaba paulatinamente, en la medida en la que su nuevo líder, Friedrich Merz, tomaba posesión de la primera formación de la oposición.

Entonces llegó el 24 de febrero o, mejor, el día 27, cuando Scholz pronunció un discurso en el Bundestag que algunos observadores ya califican de «histórico». Aquel día la realpolitik alemana se despertó de la parálisis en el que había estado inmersa durante los 16 años de mandato como canciller de Angela Merkel (CDU). Aunque aún es muy temprano para hablar de un «cambio de época», la guerra de Moscú contra Kiev ha desatado una inesperada dinámica renovadora en Berlín.

Scholz ha reaparecido en público, como el tecnócrata de siempre, tranquilo y cuidadoso en medio de una guerra que parecía imposible. El contrapeso mediático lo interpreta su vicecanciller y superministro de Economía y Clima, Robert Habeck (Verdes). Recientemente el ecologista dio un toque emocional y humano a la política del tripartito al reconocer que también las y los políticos pueden equivocarse. Scholz, en cambio, es un clon de Merkel, un «político de teflón» al que nada se le pega, ni siquiera algunos escándalos financieros que le salpica.

El dúo comunicacional Scholz-Habeck lo completa, por un lado, la titular de Exteriores, Annalena Baerbock, y por otro, el líder del Partido Liberal Democrático (FDP) y ministro de Hacienda, Christian Lindner.

Baerbock tuvo que aguantar al principio muchos reproches como si por el hecho de ser mujer, de (sólo) 41 años, madre e inexperta en política exterior no pudiera liderar la diplomacia alemana. Ha dejado en evidencia a sus críticos cuando habló claro en las reuniones con su homólogo ruso, Sergei Lavrov, y su presidente, Vladimir Putin, en enero y ante la ONU tras el inicio de la guerra.

El (neo)liberal apologista de la austeridad Lindner también ha sabido adaptarse a las nuevas circunstancias. De repente hay margen para 100.000 millones de euros con los que se comprará, por fin, el material para poner al día a las Fuerzas Armadas. La misma suma se empleará para amortiguar los efectos económicos y sociales que ha producido el auge de los precios de los carburantes fósiles. Hasta Lindner habla ahora de las «energías de libertad» renovables. La cuestión ya no es sí se contraerán nuevas deudas, sino como financiarlas.

En este sentido, el canciller y estos tres ministros sí han protagonizado un giro histórico de la política alemana en materia exterior, militar, económica y energética. Ahora está por ver si son capaces de dar los pasos necesarios. Lo que si es seguro es que Scholz y Habeck, Baerbock y Lindner han encontrado su posición dentro del Gobierno «semáforo» (el tripartito se llama así por los colores con los que se identifican el SPD, el FDP y los Verdes). Aunque lo habían pensado de otra manera, ahora tienen que poner en práctica el lema de su pacto de Gobierno: «Atreverse a más progreso».

A nivel nacional e internacional, Scholz representa al Ejecutivo y deja cierto protagonismo al presidente francés, Emanuel Macron. El inquilino del Elíseo lo necesita para ganar las elecciones presidenciales. El canciller aún tiene que encontrar su lugar después de que muchos de sus socios europeos, y también el estadounidense, le criticaran por su permisividad ante la Rusia de la preguerra.

Baerbock cuenta con la ventaja de que en medio de las sanciones impuestas a Moscú puede promocionar su «política exterior basada en los derechos humanos y los valores fundamentales» europeos. Ahora le toca a Rusia, mañana podría ser China. Todavía es temprano para ver si esta dinámica echa raíces ,porque ha de ir acompañada de otra medidas políticas de envergadura.

Ante todo Alemania tiene que lograr cierta autarquía energética librándose de las importaciones de carburantes fósiles. Para ello ha de empujar tecnológica, logística, económica y socialmente el cambio energético. «Sólo nos podemos independizar en política energética cuando haya energías renovables», subraya la politóloga Andre Römmele conversando con la Asociación de la Prensa Extranjera (VAP) de Berlín. La necesidad no sólo se debe a la actual dependencia de Rusia. El panorama se podría repetir por el otro lado si en 2024 Donald Trump regresara a la Casa Blanca.

En este contexto la sustitución del gas ruso por el estadounidense, producido por fracking, más la compra de los cazas F-35 made in USA son, por ahora, la expresión de una realpolitik que responde a las necesidades del momento. Sin embargo, con la guerra ha muerto la doctrina exterior del «cambio a través del comercio». El Gobierno «semáforo» debe sustituirla por otra política exterior, militar y comercial que a su vez podría crear nuevos conflictos externos e internos.