¿Qué nos vuelve viejas o viejos?
Hace unos días, la mítica banda californiana de heavy metal Metallica cerraba su gira por América Latina con un concierto en la ciudad brasileña de Belo Horizonte. Inesperadamente su cantante, James Hetfield, interrumpió la actuación y rompiendo a llorar dijo: «Soy un hombre viejo, ya no puedo tocar más». Por unos segundos, el estadio de Minneirao guardó silencio. La sinceridad con que Hetfield mostró su fragilidad conmovió al público. Tal vez, en estos tiempos de engendros fascistas, de crisis y guerra, las lágrimas de Hetfield se queden en la memoria como una anécdota que se comentará mil veces cuando, de verdad, la banda se haya hecho vieja. Mi padre, trabajador, boxeador y nadador consumado, practicó ambos deportes hasta que la enfermedad se lo permitió. Solía decirme que la vejez no es una cuestión de edad sino de actitud ante la vida. Si es así, ¿qué nos vuelve viejas o viejos? ¿El desencanto? ¿La soledad de no entender el mundo que nos rodea? ¿El cansancio de subsistir cada día en la desigualdad de un sistema ingrato? ¿Sentir que las respuestas a las preguntas de hoy son tan equivocadas y vacías como las preguntas? Hetfield, con 58 años, dice ser viejo. Periko Solabarria, como tantos obreros anónimos, murió siendo un luchador entusiasta de 85 años. Alfonso Sastre y Álvarez-Solís se fueron como jóvenes intelectuales, agitadores incansables de 90 años.