EDITORIALA
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Otra vez Jerusalén, otra vez la peligrosa provocación

La ciudad de Jerusalén vivió ayer un día especialmente tenso, en una jornada en la que los israelíes conmemoran su peculiar «reunificación» de la ciudad y los palestinos denuncian la ocupación, hace 55 años, de su mitad este. La chispa para provocar graves consecuencias podía saltar en cualquier momento, como lo demuestran tozudamente los siempre terribles antecedentes. En junio de 2021, sin ir más lejos, se desencadenó una escalada bélica que provocó 270 muertos, en su gran mayoría entre la población palestina, lo que ya de por sí resulta suficientemente elocuente para definir en qué términos discurre este conflicto al que nadie logra ofrecer una solución razonable, justa y duradera.

El denominado “Desfile de las Banderas”, cuyo recorrido no puede ser más contraproducente para mantener un mínimo de calma en una situación siempre explosiva, estuvo en el origen de aquellas trágicas jornadas. Pese a ello, en el día de ayer, un grupo de colonos había entrado con actitud provocadora en la Explanada de las Mezquitas incluso antes de la propia marcha, saltándose a la torera las normas que rigen para ese enclave.

En el fondo de la cuestión, en todo caso, se encuentra la particular forma en la que el Estado de Israel actúa para hacer prevalecer sus intereses, por encima de cualquier otra consideración y aunque para ello tenga que pisotear derechos humanos elementales. La reciente muerte de la periodista Shireen Abu Akleh o la de varios adolescentes en los últimos días dan fe de ello.

La teoría del llamado «excepcionalismo americano» ha llevado a EEUU y a los propios estadounidenses a creerse una nación cualitativamente diferente al resto, con la misión, además, de defender una serie de valores en el resto del mundo. Esa idea del excepcionalismo, en una versión ad hoc, parece haber anidado también en uno de sus principales aliados, el Estado de Israel, que se permite hacer permanentemente de su capa un sayo.