EDITORIALA

Actuar con rigor, sin miedo y antes del colapso

Las evidencias científicas sobre la emergencia climática resultan abrumadoras. No hay un solo informe que plantee un escenario de tranquilidad o de inercia positiva. No obstante, tampoco hay uno solo que no exponga alternativas ni que evite un debate serio sobre cómo actuar para afrontar las crisis asociadas al cambio climático, desde la alimentaria hasta la energética.

Lo que la ciencia no puede hacer, a diferencia de otros ámbitos de la actividad humana como la política, la economía o el periodismo, es mentir. Claro que en esos otros terrenos la mentira no resulta admisible, pero sigue siendo común y la verdad se puede, cuando menos, esquivar. La ciencia, los y las científicas, pueden equivocarse pero no pueden favorecer equivocarse para beneficiar a intereses ajenos. Las personas o instituciones que lo permiten no hacen ciencia, en el mejor de los casos hacen consultoría.

Ese rigor, método, espíritu crítico e independencia hacen que las ideas de la comunidad científica sean particularmente relevantes en este momento histórico. Resultan, sin embargo, profundamente incómodas. Tienen malas noticias para el mundo, y eso no le gusta a la gente, que ya tiene problemas como para exportar. O así los vive, hasta que una realidad más crítica e ineludible se impone. Ha ocurrido con la pandemia y suele suceder en la vida cotidiana con enfermedades y otros traumas. Podría ocurrir igual con el empobrecimiento, las guerras o la escasez.

Al escuchar las ideas de Antonio Turiel, a quien hoy entrevista GARA, se revive esa incomodidad. Resumiendo mucho, defiende que «estamos entrando en una fase de colapso global», que no asumimos esa realidad y que la solución es «abandonar esta sociedad de consumo, el capitalismo». Sin lugar a dudas, tiene mucha más base científica y es más fácil defender esas tesis que las opuestas.

Aun así, la comunidad científica tiene un serio debate sobre cómo enfocar las noticias para influir. Porque una cosa son los hechos, los datos y las teorías, y otra las estrategias que buscan cambios fundamentales en las personas y las sociedades. Hay estudios que señalan que el fatalismo resulta paralizante, y es difícil saber cuándo esa incomodidad provoca una reacción negativa. En todas la luchas por la emancipación y la justicia ese equilibrio es complicado y vital.

Siempre, la clave es el factor humano

Las previsiones científicas de colapsos provocadas por la acción humana no son nuevas. En el número especial de panorámica que GARA hace el último día del año, se recordaba el trabajo “Los límites del crecimiento”, auspiciado por el MIT hace 50 años. Expertos planteaban entonces que «si las actuales tendencias de crecimiento de población, industrialización, contaminación, producción alimentaria y consumo de materias primas se mantiene sin cambios, los límites del crecimiento en este planeta serán alcanzados en algún momento de los próximos 100 años».

En una entrevista en CTXT uno de sus autores, Dennis Meadows, confirmaba ese escenario. Recordaba que la idea de que se pueden salvar los límites materiales de la Tierra gracias a la tecnología es falsa. Según él, llegados a este punto de no retorno, «es obvio que vamos a ser dirigidos más por factores psicológicos, sociales y políticos que por limitaciones físicas».

En su reciente “Informe sobre la Evaluación de los Múltiples Valores y la Valoración de la Naturaleza”, dirigido entre otras personas por el investigador Unai Pascual, el IPBES explicaba que es muy importante equilibrar todos los valores de la naturaleza, sin reducirla a su valor de mercado. Llamaba a utilizar el conocimiento existente para garantizar la biodiversidad, con políticas eficaces en las que deben participar las comunidades implicadas. Creen que hay que ampliar horizontes y mirar más allá del beneficio inmediato, otra idea en la que coinciden con Meadows.

Este experto prevé que la catástrofe es inevitable y que ese es el único escenario catártico, donde habrá «estados más desconectados y descentralizados», y de ahí «evolucionarán culturas más preparadas». Convendría comenzar a construir desde ya esas comunidades con futuro, atendiendo a la ciencia y a los valores de la naturaleza. Porque la científica es más difícil, pero la tesis política se podría refutar, quizás.