EDITORIALA

Historia, relatos, piernas amputadas, moralejas y rasgos civilizatorios

Según un relato popular, una estudiante preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que había sido el primer signo de una civilización. Quienes le escuchaban esperaban que Mead hablara de algún instrumento antiguo, como armas, vasijas o del mismo fuego, pero la respuesta sorprendió al auditorio. Según ella, el primer signo de civilización de una cultura antigua era un fémur que alguien se fracturó y que alguien sanó.

En este relato la voluntad de curar y cuidar se considera un rasgo característico de los seres humanos frente a otras especies. Mead concluyó que es «al ayudar a alguien cuando está en dificultades donde comienza la civilización». Frente a concepciones belicistas o competitivas, destaca la capacidad de cooperar y la solidaridad del ser humano. Frente a ingenierías destinadas a matar, se destaca la ciencia de curar.

Esta historia resucitó con la pandemia para combatir la tendencia al individualismo, y sigue vigente.

Una revolución en la historia de la medicina

Esta semana la revista “Nature” publicaba que la primera amputación quirúrgica de la historia se habría realizado hace 31.000 años en Borneo y que afectó a un niño que perdió parte de la pierna izquierda, a pesar de lo cual superó la intervención y llegó a la juventud. Todo ello implica una gran pericia por parte de quien hizo la operación y una tradición médica.

Esta sería la primera evidencia conocida de un acto médico complejo en la Edad de Piedra. Hasta ahora las pruebas más antiguas se remontaban a 7.000 años. La teoría predominante era que la evolución de la medicina surgió con el inicio de las sociedades agricultoras sedentarias, hace unos 10.000 años, con la revolución neolítica. Este hallazgo adelanta ese elemento civilizatorio más de 20.000 años.

La crueldad burocrática queda registrada

En las antípodas de Indonesia, esta semana el Hospital del Bidasoa ha recurrido al Boletín Oficial de la CAV (BOPV) precisamente para localizar al dueño de una pierna amputada con la amenaza de multarle si no se hace cargo del miembro que le quitaron.

Osakidetza se ha justificado diciendo que es algo común y que el protocolo es ese. Así será, pero es un ejemplo de una burocracia cruel. Se debería cambiar, porque cambiar sí que es un buen rasgo humano.

Sin salir de la comarca ni de la actualidad, los y las antropólogas del futuro no darán crédito a que, en 2022, en unas fiestas, las autoridades apoyen la segregación por sexo. Claro que sabrán qué es el machismo, pero les resultará chocante que esté institucionalizado en nombre de una tradición.

Tampoco lo tendrán fácil para explicar por qué en ese mismo río se persigue a quienes partieron de África buscando refugio. Encontrarán el registro de muertes y las justificaciones que hoy se dan sonarán ridículas, vergonzantes y, ante todo, racistas.

«Eta hala zan ala ez bazan…»

No está claro que Mead dijese aquellas palabras. Sin embargo, sirven para señalar la tendencia a contar historias que ilustren qué es ser humanos.

Por ejemplo, esta semana ha muerto una anciana pizpireta que en su bolso de diseño guardaba las claves de sus cuentas en el extranjero, en las cuadras el dinero evadido y bajo las alfombras del palacio las historias de su prole depravada y violadora. A menudo un cuento de princesas esconde uno de terror.

Asimismo, una vuelta al mundo por mar puede ser contada como un viaje imperial, un cuento de piratas o una hazaña marítima. La historia la cuentan los vencedores, pero es que para vencer hace falta saber contar historias. Y un buen relato debe ser veraz, debe atrapar, ser inspirador y estar bien contado.

Las dijese o no, las palabras de Mead sirven para cooperar y empatizar, para comprometerse con un mundo más justo y solidario.