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EDITORIALA

La transparencia es una virtud democrática


Se había convertido en una práctica habitual que los consejeros de Lakua se negaran a entregar a los parlamentarios ciertos documentos alegando que era información clasificada. Y cuando accedían a que fueran consultados, los mostraban bajo supervisión y sin que los parlamentarios pudieran tomar notas, ni ningún tipo de testimonio gráfico. Como señaló GARA en marzo, esa era una práctica que contradecía el reglamento de la Cámara que preveía que, en el caso de que no fuera posible facilitar una copia de algún documento, se podría sustituir el envío por la consulta, incluyendo la toma de notas y la obtención de copia de lo que el parlamentario considerase oportuno.

Parecía que tras aquella clarificación de la letra y el espíritu del reglamento del Parlamento, el Ejecutivo de Urkullu accedió finalmente a entregar la documentación que los parlamentarios le requirieran, hasta que hace unos días mostró unas actas de una Junta de Seguridad completamente tachadas. No está claro si se trata de una decisión política de volver al modelo opaco previo o simplemente fue una reacción pueril para vengarse del parlamentario que destapó la mala práctica gubernamental. En cualquier caso, la decisión tiene dos consecuencias claras. Por un lado, revela que el Ejecutivo sigue empeñado en restringir de forma deliberada el control que los parlamentarios como representantes electos deben ejercer sobre la acción de gobierno. Especialmente llamativo resulta que a estas alturas los documentos de una reunión de la Junta de Seguridad celebrada hace diez años se consideren material sensible. Una muestra más de la arbitrariedad con la que se usa el sistema de clasificación de la información, más enfocado a ocultar decisiones gubernamentales que a proteger información sensible.

Y por otro lado, muestra una falta de transparencia impropia de un gobierno democrático que, por definición, debería facilitar la rendición de cuentas de su actividad, especialmente a los representantes electos. Corregir de diligentemente el exceso de celo mostrado en tachar es la mejor forma de despejar las dudas sobre el compromiso con la transparencia.