Dabid LAZKANOITURBURU
TRIUNFO DE LA DERECHA EXTREMA EN ITALIA

Efectos electorales y paganos

Mucho se elucubra sobre los efectos, a nivel interno, europeo e internacional, del triunfo de la derecha extrema. Descontada la profundización de la crisis existencial en Italia y la preocupación de Bruselas ante un Gobierno presidido por una euroescéptica en plena crisis mundial por la guerra en Ucrania, está claro que los primeros paganos serán los inmigrantes y quienes les apoyan.

(Alberto PIZZOLI | AFP)

La coincidencia histórica de la victoria de los herederos del posfascismo, Fratelli d´Italia (FdI), con el centenario de la «Marcha a Roma» de Mussolini ha encendido las alarmas. Es la primera vez, desde que en 1946 se fundara sobre sus ruinas el Movimiento Social Italiano (MSI), que una formación que proviene de la evolución de aquella llama nunca totalmente extinguida vence en unos comicios.

Pero la formación de Giorgia Meloni ha logrado uno de cada cuatro votos en medio de una abstención récord, y el tripartito de derecha extrema que lidera cosecha una mayoría aplastante por un sistema electoral que premia de forma grosera a las coaliciones (“Matarellum”, en 1994, y “Rosatellum”, en 2017) y pese al batacazo de la Lega del xenófobo Matteo Salvini y a los discretos resultados de Forza Italia, de Silvio Berlusconi, solo disimulados con el desembarco de Il Cavaliere al Senado, que, pese a su estirada decrepitud, aspira a presidir.

Frente a ellos, el espacio que va desde el centro a la izquierda se ha presentado irresponsablemente dividido.

Meloni ha recibido el voto, y la pasividad, de una sociedad hastiada de la política y que tras la eclosión del tradicional y corrupto sistema de partidos italiano, lo ha probado y visto casi todo, desde Gobiernos a cargo de tecnócratas como Monti y Draghi, hasta la irrupción electoral de una formación inicialmente antipolítica como el Movimento 5 Stelle (M5S).

Casi todo, porque lo que nunca conoció fue un Gobierno del histórico PCI -que por primera vez en 1984 ganó en unas elecciones, las europeas-, en parte por el sabotaje político por parte de la derecha y de la OTAN, y finalmente por la implosión de la URSS, a la que respondió con su autodisolución en un magma socialdemócrata con la oposición, minoritaria, de algunos nostálgicos.

Si la izquierda giró al centro, la irrupción de Berlusconi y su Forza Italia supuso la homologación de la ultraderecha por parte de una derecha que se entregó al show político de Il Cavaliere, temprano precursor de Trump.

Fue Berlusconi quien integró en su primera coalición de gobierno a los xenófobos y clasistas de la Lega Nord y a la Alianza Nacional de Gianfranco Fini,

heredera del MSI y precursora del FdI.

Paradojas de la historia, si tras la II Guerra Mundial Italia alumbró un sistema electoral proporcional que buscaba, ante todo, evitar la irrupción de un nuevo «Duce», y que ha supuesto un récord de sucesivos Gobiernos -con una media de poco más de un año-, la reforma (“Matarellum”) de 1994 ha acabado reabriendo las puertas del Palazzo Chigi a una de sus admiradoras.

Con todo, hay quien augura un destino similar a una Meloni que, no es una outsider -fue ministra de Juventud con Berlusconi- y que se ha beneficiado de su negativa a participar en el último Ejecutivo tecnócrata de Draghi, al contrario que Salvini, cuyo futuro político peligra tras perder en beneficio de FdI plazas históricas de la Lega (Nord hasta que sustituyó en 2013 a Umberto Bossi e italianizó el partido).

Las elecciones han confirmado tanto la crisis política terminal en la que bandea Italia desde hace decenios como su crisis territorial y de articulación socio-económica Norte-Sur. Al punto de que M5S, de la mano del ex primer ministro y socialcristiano Giuseppe Conte, ha logrado frenar la debacle y lograr un meritorio tercer puesto (15%) con un repunte en la Italia meridional, lo que apunta a que los antiguos grillini podrían convertirse en una suerte de Lega Sud, indispensable en una futura coalición de centro-izquierda.

Todo está abierto, en canal, en la política italiana. Y también con respecto a la UE y al escenario internacional.

La llegada al poder de una euroescéptica como Meloni preocupa en Bruselas. Y más en un contexto económico y social crítico y con el pulso geopolítico con la Rusia de Putin al rojo vivo.

Está por ver que el nuevo Gobierno ea capaz de desafiar a la integración europea cuando tiene una deuda pública que supera el 150% del PIB y espera como agua de mayo 200.000 millones de euros del Fondo de Recuperación.

La Comisión Europea le ha recordado la tarjeta amarilla que ha sacado al amigo de Meloni, el húngaro Viktor Orban, congelando su entrega.

Además, todo apunta a que, profesos del atlantismo pro-OTAN, los Fratelli d’Italia se posicionan más con la Polonia del PiS de los Kaczynski, furibundos antirrusos.

Resulta paradójico que los analistas rusos oficiales fíen sus esperanzas para doblegar a «los nazis» ucranianos en la victoria de fuerzas posfascistas como la de Meloni.

Cálculos geopolíticos que, en definitiva, se olvidan de que si alguien va a pagar el pato de los resultados electorales italianos son las personas inmigrantes y las organizaciones solidarias que les rescatan, cuando les dejan, de morir ahogadas en el Mediterráneo.

Estas, y probablemente las mujeres y su derecho al aborto, y los colectivos que reivindican su derecho a ser como son, serán los paganos.

Como probablemente ocurrirá en Suecia si la derecha pacta el apoyo parlamentario de los ultras del DS

, segunda fuerza en las elecciones, a su Gobierno. Suecia entrará en la OTAN, pero a costa de sacrificar a los refugiados kurdos en el altar del turco Erdogan. Y de criminalizar la inmigración en la que fue tierra de asilo ejemplar.