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Migrantes y antimigrantes


Partidos con propuestas xenófobas están alcanzando gobiernos en una Europa que no se destaca precisamente por su favorable acogida a los migrantes. Lo que no augura nada bueno para el futuro, ya que estos partidos tienden a contaminar al resto, que no quieren quedarse atrás en la carrera por la restricción de derechos y libertades. Al final se impone el discurso del miedo contra las personas migrantes y refugiadas. Un miedo poco justificado pero que parece fácil de explotar en épocas de crisis.

En Gran Bretaña, un país que ha recibido en las últimas décadas multitud de personas procedentes tanto de sus antiguas colonias como de Europa, el Brexit expulsó a muchas trabajadoras integradas en la sociedad británica y cumpliendo unos papeles para los que los nativos no tienen repuestos. Resultó que los extranjeros no les quitaban los trabajos, sino que cubrían necesidades difícilmente reemplazables. Y resulta ahora que tienen problemas para conseguir muchos de esos perfiles debido a las dificultades burocráticas que ahora comporta la contratación de personal europeo.

Pero, ¿qué más da la realidad de estas situaciones ante un argumento fácil? ¿Por qué primar la racionalidad frente a un sentimiento de pertenencia que excluye a «los otros» pero nos hace sentirnos mejores?

También en nuestro país hay trabajos que difícilmente la población local esté dispuesta a realizar debido a sus duras condiciones y bajos salarios (agricultura, cuidados). Y con estos discursos se consigue establecer una desigualdad que permite que las personas extranjeras no puedan ejercer sus derechos para satisfacción de sus contratadores.

Otro problema que tenemos es el reemplazo de las generaciones de trabajadores cercanas a la jubilación, mucho más numerosas que las más jóvenes. Esas generaciones son las que deberán pagar las futuras pensiones de jubilación y, además, en parte proceden de familias extranjeras ya establecidas. De manera que la persecución de los migrantes no consigue favorecer las condiciones económicas de la mayoría, más bien al contrario, al permitir la existencia de trabajadores con peores condiciones que compiten con los nativos. De esta forma, con una competencia a la baja, se empeoran las del total de la población; si bien, al parecer, infla ese orgullo de superioridad (como el de los blancos en la USA de Trump) que no da de comer, pero permite hacer recaer las miserias propias sobre otros más miserables. Funciona como ese machismo que arrecia cuanto más golpeados se sienten los hombres machistas, incapaces de revolverse contra quienes los humillan, pero sí contra quienes ven como inferiores. Porque todo esto va de cobardía: cobardía que impide enfrentarse a quienes imponen unas condiciones de vida no deseadas (también incapacidad) y sí contra quienes están más a mano pero que en realidad no son responsables de sus problemas, sino que los comparten.

Vivimos una crisis climática con numerosas consecuencias (de falta de seguridad alimentaria, multiplicación de incendios, aumento de muertes, escasez de agua), que previsiblemente se agudizará en un futuro próximo; una crisis energética generadora de inflación; posibles crisis sanitarias como la ya vivida. Las desigualdades se ven agudizadas por todas ellas y la extrema derecha bebe de ellas sin ofrecer más remedios que el odio, no sólo a los de fuera sino también a las de dentro (y aquí siempre viene bien revisar “El cuento de la criada”).

Ante este panorama, hace falta desmontar los argumentos mendaces, disminuir las desigualdades y defender liderazgos que nos conviertan a las clases trabajadoras en parte de la solución y no del problema.