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¿Hacia dónde va Europa?


Hace treinta años los tres únicos votos negativos de Herri Batasuna -los nuestros y el del inolvidable Jon Idigoras- marcaron la votación del Tratado de Maastricht en el Congreso de Diputados español. La izquierda abertzale decidió participar en el debate y votación ante la importancia estructural que tenía ese tratado como bloque normativo básico en el modelo de construcción europea. Queríamos situar una posición como nación negada, no reconocida, y también consolidar una postura ideológica ante la deriva que ya intuíamos en el modelo político y socioeconómico europeo.

La envergadura del debate llevó a diferentes estados a desarrollar referéndums específicos, mientras en otros la decisión quedó en manos de los parlamentos. Fue el caso del Estado español. El Gobierno de Felipe González evitó la celebración del referéndum ante la realidad de unos pueblos que, como el vasco, empezaban a percibir a Europa como un monstruo burocrático condicionado por lobbies económicos que aumentaban su protagonismo en la arquitectura orgánica de la Unión («la Europa de los mercaderes»). Ese escepticismo se agudizaba ante el ninguneo a los contenidos de la Carta Social Europea y al papel del sindicalismo (CES) y el menosprecio al protagonismo de las naciones y regiones en detrimento del papel monopolista de los estados.

En este sentido, la izquierda abertzale, tras participar días antes en la marcha de hierro para protestar por la reconversión de Altos Hornos, decidió llevar al Congreso español su reflexión ante un tratado que tendría consecuencias tanto en el modelo de unión como en la evolución del neoliberalismo y sus consecuencias sociales en todos los países europeos. Así pues, denunciamos en primer lugar que aquella decisión que adoptaba el Parlamento español se hacía negando a vascos y vascas la oportunidad de decidir al respecto. Junto a esta cuestión estructural, pivotada en las autonomías subordinadas que seguimos padeciendo, Herri Batasuna remarcó que la Unión Europea que emergía de Maastricht articularía una arquitectura institucional burocrática que podría ser letal para la legitimidad del proyecto europeo. Asimismo, aquel tratado establecía un marco para la extensión de unas tendencias neoliberales que estaban socavando el papel del Estado (sector público) en la economía, desregulando el mercado del trabajo y erosionando el llamado estado del bienestar. Y dijimos, también, que las naciones y regiones europeas no iban a ser proyectadas con personalidad institucional al margen de los estados. Con todo, sólo los tres votos negativos de HB y la abstención de siete diputados de IU, con Anguita a la cabeza, plantaron cara a lo que podía significar Maastricht.

Recordamos, en este sentido, las reflexiones del PNV para justificar su voto afirmativo al Tratado. Decía Anasagasti que el tratado podía convertirse en una «puerta abierta a lo que un día puede ser una Europa Federal» y, asimismo, que era «vital ante el crecimiento de los movimientos de extrema derecha y grupos antisistema». Pues, desde luego, con Maastricht está muy lejos una Europa Federal y, al contrario, el modelo democrático y social configurado tras el tratado no ha hecho más que incrementar el euroescepticismo y dar cauce al crecimiento de una extrema derecha que gobierna en Italia, Polonia, Hungría, Bulgaria... y adquiere gran relevancia en Francia, España, Alemania....

Ahora, tres décadas después, aquellos presagios se ven confirmados y el proyecto europeo se presenta sin gasolina política y social para construir un horizonte colectivo. El alejamiento de la ciudadanía sobre ese proyecto es una evidencia no solo por el Brexit, sino por la sensación creciente de que esa máquina política-económica está fagocitada por élites que usurpan la voluntad popular. Existe la convicción de un déficit democrático estructural en este modelo europeo. Por otro lado, las desigualdades sociales y en derechos son una realidad, con Europas de diferentes velocidades y una socialdemocracia desfigurada y perdida en este trayecto. Las políticas macroeconómicas (monetaria, presupuestaria...) han seguido la doctrina neoliberal y las influencias perversas de los lobbies económicos han llegado hasta el sarcasmo de considerar energías verdes a la nuclear y el gas saboteando los avances de los acuerdos de París y Glasgow. La política exterior, como vemos en el conflicto de Ucrania, está usurpada por una OTAN-USA que neutraliza su autonomía estratégica para abordar las nuevas coordenadas geopolíticas. Y, finalmente, las naciones sin Estado somos ignoradas como sujeto político negándosenos cauces democráticos para que la ciudadanía determine libre, pacífica y democráticamente su futuro (ley de claridad europea).

Por eso, treinta años después, la pregunta es pertinente: ¿hacia dónde va a Europa? La respuesta es que camina por inercia y sin horizonte, como un auténtico zombi político. Un proyecto sin hoja de ruta reconocible que se tambalea según crisis económicas cíclicas, condicionantes de coyuntura internacional o evoluciones internas de los estados tractores Francia y Alemania. Algunos cambios en los últimos tiempos en materia económica (fondos europeos), aunque pueden ser considerados como una corrección de rumbo, no tienen la dimensión para regenerar un reto colectivo y frenar la descerebración creciente del actual proyecto europeo.

En esa Europa sin brújula, y con cada vez más incertidumbres, Euskal Herria sigue su proceso de emancipación nacional y social, su lucha por avanzar en un proyecto nacional con voluntad de cooperar en una Europa social y de los pueblos, en aportar a una Europa democrática capaz de abordar los retos civilizatorios y liderar cambios sociales. Con flujos y reflujos continuamos en ese proceso de emancipación y, con esa voluntad de seguir empujando el camino abierto en estas últimas décadas de lucha y sacrificio, estaremos, también, el próximo día 12 en Bilbo para decir «¡Abante!».