Kepa ARBIZU

«Trilce», la palabra como vanguardia del cambio social

En el centenario del poemario ‘Trilce’, del peruano César Vallejo, Kepa Arbizu apunta que «dentro de un milenio, cuando incluso se hayan extinguido los libros, sus versos seguirán alentando ese infinito nuevo camino sediento de mayores cotas de libertad». Pese a ser acogida en su momento desde la marginación y el desprecio, se ha consolidado como una de las referencia claves para la vanguardia cultural y literaria.

Arriba, César Vallejo en Berlín. A la derecha, en Versalles.
Arriba, César Vallejo en Berlín. A la derecha, en Versalles. (WIKIPEDIA)

No iba a ser hasta el año 2010 cuando desde su patria natal, Perú, César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892) recibiera el reconocimiento institucional -en forma de patrimonio cultural de la nación- de su obra “Trilce”, compuesta por 77 poemas. Un elogioso pero tardío galardón que, más allá de reflejar la histórica situación de inestabilidad política de su país, ponía en evidencia el largo recorrido que había necesitado para ser asimilada y entendida en toda su plenitud.

Rodeada en la actualidad de homenajes y loas por su recién estrenado centenario, vista desde el presente sigue sorprendiendo el apabullante carácter rupturista que alberga, impulsándole a ser considerado uno de esos libros definidos ajustadamente como adelantado a su época (y a muchas posteriores), tanto por su esquema formal como por contenido, cobijando entre sus desconcertantes pero talentosos versos un intento por revolucionar el propio hecho poético en su perenne enfrentamiento con la realidad.

Teniendo en cuenta que su elaboración abarca desde 1918 hasta 1922, se hace imprescindible desentrañar los dramáticos hechos que confluyeron por aquel entonces en la existencia del escritor. Si trascendentales resultaron los fallecimientos de su madre, de su amigo Abraham Valdelomar y del amor de su vida, María Rosa, no lo fue menos el desengaño sentimental sufrido y los hechos derivados de la polémica que suscitó dicha relación fallida con una joven, que derivó en el despido de su puesto de trabajo como maestro o en el destierro de los entornos bohemios y culturales a los que se había acercado en su llegada a Lima. Desgracias personales que tocarían fondo con una acusación -en un juicio lleno de irregularidades- por agitador e incendiario que terminaría con su encarcelamiento durante más de cien días en la cárcel de Trujillo.

Una estancia que marcaría de tal manera su actitud y mirada hacia el entorno que escogió, ya sea con pretensiones irónicas o plenas de reivindicación, publicar en el mes de octubre de hace cien años su libro “Trilce” a través de los Talleres de la Penitenciaría de Lima, bajo una exigua tirada de 200 ejemplares.

Ya desde su título, el mero hecho de usar una palabra inventada ya representaba una decisiva analogía de la motivación global residente en esos setenta siete poemas, que no era otra que la aspiración de reinventar el lenguaje poético, no como un ardid meramente ornamental, sino como el indicativo de una nueva realidad que debe ser enunciada de manera hasta ahora inédita.

Barbarie

El mundo en aquella época seguía aturdido por la barbarie padecida por la Primera Guerra Mundial, unas ruinas todavía perceptibles y especialmente relevantes para muchos artistas que observaban en ellas el final de toda una época y de una manera de afrontar la vida, convirtiéndose en el caldo de cultivo idóneo para el nacimiento de las vanguardias a través de diferentes disciplinas, siendo la obra de Vallejo uno de los estandartes de dichas corrientes pero siempre desde una singularidad propia.

Al igual que en su anterior trabajo, “Los Heraldos Negros”, ejercería el carácter ácrata pero desde una insospechada radicalidad, ofreciendo una aportación tan trasgresora que desubicó a lectores y críticos hasta el punto que estos solo pudieron responder con duras críticas hacia ella.

Vallejo no estaba retorciendo el uso de los infinitos recursos que se agolpan en su escrito como una vanidosa pasarela de erudición, se trataba de trazar una nueva ruta con la que enunciar el universo. La construcción de un nuevo mundo necesitaba una revolucionaria forma de ser contada, el hecho poético ya no se adjudicaba el mero papel de espejo de la realidad, aspiraba a su sublimación.

Pero si por algo se caracteriza el esqueleto formal de esta obra es por la concatenación de técnicas y recursos aparentemente contradictorios; haciendo que las más rebuscadas figuras literarias convivan con giros lingüísticos populares dentro de una anarquía gramatical que incluso derivará en métodos de inspiración como la escritura automática, acuñada posteriormente como uno de los elementos distinguidos de movimientos ligados al surrealismo.

Simbología

Pese a esa dificultad o esmero requerido al lector para adentrarse en su simbología e identidad propia, el lenguaje vertido en la sucesión de poemas tiene como máximo reto convertirse en todo un proceso para despojarse de lo incensario o accesorio y quedarse en lo esencial; el formato más desnudo como travesía al epicentro de los sentimientos. Y es que estos, sea de la manera en la que quieran ser nombrados, o renombrados, siempre han permanecido inalterables en el imaginario del escritor, siendo las nunca interminables incógnitas humanas, llámense amor, solidaridad, libertad, muerte o soledad, el eje que impulsa su arte.

Para cualquiera que se deje embriagar por las más hondas dudas existenciales, el paso del tiempo ocupa un lugar prioritario en sus desvelos.

Más allá del errante paso del individuo, y sus áridos desiertos por atravesar, la última esperanza se cierne en el lenguaje poético, un arma capacitada, pese a nacer entre los dislates humanos, para transformarse en la vanguardia de cara a alterar el orden de las cosas. La ilusión, el empeño y la guerra declarada en busca de una forma revolucionaria de expresión, encontrará igualmente entre sus prioridades señalar, subrayar y enunciar el errático desencanto que, a modo de maldición bíblica, arrastramos innata a nuestra condición, ya sea observada desde resonancias místicas o una más mundana y antropológica, simbolizada en el nada exquisito pero gráfico símil de “Un proyectil que no sé dónde irá a caer”. La sombra de la rutina, de lo cotidiano, aunque de herencia vulgar no deja de manifestarse igualmente devastadora en versos como: “Todos los días amanezco a ciegas a trabajar para vivir; y tomo el desayuno, sin probar ni gota de él”.

Pero dentro de esa condena que nos acompaña inagotable en nuestro discurrir diario, en “Trilce” encuentra un componente abiertamente social, directamente relacionado con el encarcelamiento padecido por el autor. Una situación a la que se describe con la heladora sobriedad que desprenden los inhumanos barrotes (“Oh las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número”) o bajo la brutalidad “necesaria” para reducir en anhelo la libertad (“En tanto; el redoblante policial (otra vez me quiero reír) se desquita y nos tunde a palos”).

Por encima de ese retrato más ajustado a las experiencias propias y realistas del peruano, el hecho carcelario le servirá para expandir ese sometimiento hasta crear una penumbra alargada que alcance su propia infancia en un magistral ejemplo de fundir en pocos versos ambos contextos: “El compañero de prisión comía el trigo de las lomas, con mi propia cuchara, cuando, a la mesa de mis padres, niño, me quedaba dormido masticando”; o incluso, de traslucir todo un orden jerárquico buscando de nuevo la analogía en el paisaje infantil: “Por haber sido niños y también por habernos juntado mucho en la vida, reclusos para siempre nos irán a encerrar”.

Uno de los temas predilectos en la obra de Vallejo será el amor y su representación sexual. Conocedores de sus antecedentes personales, y que en definitiva son el germen de sus escritos aunque luego broten en amplias y universales ramificaciones, estos dejarán una nítida huella en el repertorio. De nuevo, el uso de una vivencia concreta será el salvoconducto para, en primer plano reflejarla, en este caso referida a su herida romántica de manera fatalista, pero también para replantear su misma naturaleza.

Reformulación

Por eso en paralelo al dibujo visceral de las pasiones, (“Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar la antena del sexo lo que estamos siendo sin saberlo”), habrá una reformulación, previo paso por la fractura del intento de unión romántica (“Nudo alvino deshecho, una pierna por allí, más allá todavía la otra, desgajadas, y péndulas”), con la que poner en entredicho incluso la pura lógica del binomio afectivo (“En nombre de esa pura que sabía mirar hasta ser 2”).

La obsesión con que “Trilce” se postula como un artefacto que busca desmoronar las viejas leyes, lingüísticas y sociales, no es solo tratada con un afán por derribar y contemplar las ruinas del viejo habla. Su propósito es mucho más osado: la construcción de una nueva herramienta, del mismo modo que Rilke reprochaba a las palabras el robo de las esencia de las cosas, con la que subvertir las viejas nomenclaturas en aras del cambio social. Existe en este poemario un rasgo atemporal, una vocación universal y de futuro que nos induce a creer que si cien años después sigue siendo un desafío su lectura y posterior compresión, dentro de un milenio, cuando incluso se hayan extinguido los libros, sus versos seguirán alentando ese infinito nuevo camino siempre sediento de mayores cotas de libertad.