Amaia EREÑAGA
BILBO

Viaje detectivesco tras las huellas del arte vasco de entreguerras

«Nosotros no trabajamos con arte contemporáneo; por eso, siempre estamos iluminando el pasado, buscando cosas», explica el galerista Michel Mejuto. Así se descubren obras, autores e historias de arte en tiempo de guerra.

En primer plano, el busto realizado por Ricardo Iñurria. Detrás se puede ver al «Cazador», de Ucelay.
En primer plano, el busto realizado por Ricardo Iñurria. Detrás se puede ver al «Cazador», de Ucelay. (Oskar MATXIN | FOKU)

La galería bilbaina Michel Mejuto, fundada por el marchante e historiador de arte Michel Mejuto en 1984, acoge hasta el 7 de enero “Norabideak. En el arte de entreguerras”, una exposición en la que se reúnen obras muy pocas veces expuestas y algunas incluso desconocidas fuera del circuito de los coleccionistas de catorce artistas vascos que trabajaron en el periodo comprendido entre 1919 y 1937. Dos décadas intensas y cruciales -entre el final de la primera Gran Guerra y el comienzo de la Segunda- en las que el arte occidental vivió una especie de revolución formal, un torbellino de vanguardias en las que los artistas vascos estaban metidos de lleno.

Y unas tendencias rupturistas que aquí se cortaron de raíz con el golpe de Estado franquista. De esas vidas y carreras, muchas truncadas, golpeadas y oscurecidas, y todas ellas marcadas por el sonido de la guerra va este “Norabideak”, el reflejo de una búsqueda casi detectivesca por Michel Mejuto entre colecciones particulares y que sirve al público para descubrir vidas, obras y, sobre todo, que la modernidad más rabiosa no es exclusiva de este postpandémico siglo XXI. Ni por asomo.

La distancia crítica necesaria

«Lo bueno de trabajar en este periodo histórico que comprende, más o menos, entre 1850 y 1970, es que la distancia te permite filtrar y saber quién es quién y la importancia que tiene. En el arte contemporáneo, me pasa a mí y creo que a todos, tenemos intuiciones, pero con el paso del tiempo muchas veces te das cuenta de que te has equivocado, porque la proximidad no te permite tener esa distancia crítica necesaria. Es más fácil hacer lo que hago yo», explica con una sonrisa divertida Michel Mejuto. Es didáctico en sus explicaciones, una clase magistral en poco minutos. Situada en el centro de la capital vizcaina, en la calle Juan Ajuriaguerra y muy cerca de los museos Guggenheim y Bellas Artes, desde sus inicios la galería que regenta Michel Mejuto se ha orientado al trabajo de los artistas vascos históricos. Unos artistas no tan conocidos como se pudiera pensar. Y para demostración, esta muestra.

Entre junio y julio pasados la galería acogió “Roma-París. Capitales del arte en el siglo XIX”, la que se puede considerar la primera entrega de un recorrido por las vanguardias que culmina ahora con esta “Norabideak. En el arte de entreguerras”, un viaje en el tiempo donde se pretende mostrar las relaciones entre el trabajo de estos artistas que se movían en la Europa del primer tercio del siglo XX y la modernidad europea.

La mayoría a la venta, a excepción de algunas, como una escultura de la juventud de Jorge Oteiza -en estos casos no se dan precios, aunque las hay a partir de 1.200 euros-, las 32 obras seleccionadas son esculturas, óleos, acuarelas, fotografías y dibujos realizados en diferentes técnicas. Provienen de distintas colecciones, tanto privadas como corporativas, y algunas son también parte de los fondos propios de la galería bilbaina. Son el resultado de una búsqueda que arrancó hace dos años y ahora se plasma en una muestra en la que llama la atención la radical modernidad de la mirada de aquellos artistas, insertos en un periodo turbulento, enmarcado por el ruido de los cañones pero, quizás por ello, muy fértil en lo artístico.

Exilio y muerte

La dureza de la época que les tocó vivir queda de manifiesto en unas biografías dramáticas en su mayoría. Historias de exilio, de muerte o de ostracismo. Pero, como apunta en el texto que ha escrito para el catálogo de la exposición Javier González de Durana, hay un punto de conexión entre quienes hacían arte en aquella época turbulenta: existía «la voluntad de conocer y conocerse, bailando y cantando entre fusiles y bombardeos aéreos, expresando y expresándose».

«La primera Guerra Mundial no les afectó tanto, porque, al fin y al cabo, el Estado español fue neutral. Aunque es verdad que algunos de estos artistas que vivían en París, volvieron. Pero la Guerra Civil fue catastrófica para todos, fueran de un bando o de otro», explica Mejuto.

Cerca de la entrada de la galería está colgada la primera versión de la “Puerta giratoria”, el famoso cuadro del polifacético Antonio de Guezala (Bilbo, 1889-1956) que se puede ver en el Bellas Artes bilbaino. Destila modernidad y ganas de vivir: es pura fiesta la entrada en el hotel Carlton de una joven moderna, retratada a través del prisma cubista.

La familia de su protagonista, Begoña Sota, y su autor tuvieron que tomar el camino del exilio por abertzales y su apoyo al Gobierno Vasco de Agirre. Se puede ver otras obras de Guesala, como un cartel taurino que hace pensar en un cómic y que ha llegado desde Venezuela.

Arrantzales y erotismo

Un cuadro de Julián de Tellaeche (Bergara, 1884 -Lima, 1957) parece clásico de factura, aunque engaña: un arrantzale mira desafiante con un inquietante y casi abstracto grupo de mástiles a su espalda. Mejuto señala las influencias en sus trazos de las vanguardias europeas. «Algunos artistas fueron deambulando en el exilio de un sitio a otro, como le ocurrió a Tellaeche quien, a final, se erradicó en Perú. Allí tuvo un gran reconocimiento, pero se dedicó a labores de enseñanza y salvaguardia del patrimonio histórico. Es decir, tuvieron que cambiar de registro porque no podían volver».

Son historias de pérdida y de exilio, como la de Aurelio Arteta, muerto en México en 1940 en un accidente, o las de Ricardo Arrúe y José María Ucelay. Represalias y pérdidas. Pero también historias del otro bando, del bando fascista ganador... aunque poco ganó Nicolás de Lekuona (Ordizia, 1913-Fruniz, 1937), muerto a los 24 años por fuego amigo. Era camillero y había sido movilizado cuando los fascistas entraron en Gipuzkoa. Es quizás uno de los descubrimientos más interesantes. Cuesta imaginarse a los censores dando el visto bueno a sus cuadros eróticos e irreales, a sus collages fotográficos, en los que hay trazas de la Bauhaus, de la más pura vanguardia.

Un busto de un joven nos mira desafiante. «Es una escultura bastante insólita», explica el galerista. «Es uno de los escasísimos ejemplos de arte relacionado con el realismo socialista. Parece es una representación idealizada de la clase obrera. Pero todo son hipótesis, aunque su autor [Ricardo Iñurria, Santurtzi, 1908-Bilbo, 1995] estaba vinculado a este tipo de posiciones».