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Olvidados


He vivido para saber que nada tiene remedio, que las palabras son liantas y dejan las cosas como son y como serían si las dijéramos del revés. Hay quien gana cuartos por liar con las palabras, porque todo dios va buscando sacar la tajada más grande. Por eso nadie busca la verdad, sino ir a su avío. Hablo a mi casta con palabras lo que a mí me habló la vida”. Con este “El mundo de Juan Lobón” obtuvo su autor el Premio Nacional de la Crítica en 1967, hace 55 años. Luis Berenguer era militar -ingeniero naval- y conservador, pero también nada convencional, fascinado por el pueblo, y por las hablas populares, y por la naturaleza. Alfonso Grosso perteneció al PC, creía firmemente en el compromiso crítico del escritor y fue azote del señoritismo andaluz, de la Semana Santa o de El Rocío -¡y se lo hicieron pagar!-. Ambos fueron sin embargo amigos y protagonizaron en los últimos 60 y los primeros 70 la Nueva Narrativa Andaluza. Comenzaron en el socialrealismo y evolucionaron hacia una poderosa prosa experimental y barroca, bajo el influjo de Faulkner y de Carpentier, sin perder su capacidad crítica ni su honda querencia por la música de las palabras. Sus novelas eran un festín del lenguaje. “Marea escorada” o “Leña verde” de Berenguer, o “Florido mayo”, “Guarnición de silla” o “Inés just comming” de Grosso; esta última se desarrolla en una Cuba carnalísima con los barbudos alzados en la sierra. El caso es que ambos son hoy injusto pasto del olvido; Grosso vivió sus últimos tiempos en la miseria y pasó años en un psiquiátrico sevillano devastado por el alcohol y la depresión.