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CRÍTICA: «NIRE ZIRKUA»

La libertad impuesta no es libertad


La quebequesa Miryam Bouchard ha hecho mucha televisión, y es conocida sobre todo por la serie “¿Me oyes?” (2018-2019). “Mon cirque à moi” (2020) fue su ópera prima cinematográfica, ya que después ha estrenado en Montreal “Lignes de fuite” (2022) y “23 Décembre” (2022). Su paso al cine lo dio por tanto con un largometraje muy pensado, o si se prefiere muy sentido, ya que es de inspiración autobiográfica. Está dedicado a su padre Reynald Bouchard, que no era un tipo corriente, por lo que trata de una relación paternofilial atípica. Y es que Miryam es hija de payaso y se crió en el bohemio mundo circense, aunque ya en su adolescencia se rebeló contra la herencia paterna de un oficio que no lo vivía como suyo, porque sus aspiraciones eran otras. Cuando la eterna lucha entre lo viejo y lo nuevo se desarrolla dentro del seno familiar resulta muy difícil evitar los desencuentros, así como la decepción por parte de quien descubre que no va a haber relevo generacional para que su arte tenga continuidad.

Miryam Bouchard combina el registro cómico-satírico con el drama agridulce, porque esta historia real se presta a tales contrastes. La protagonista, a sus 13 años, empieza a tener ideas propias, que chocan con las de su progenitor. Está cansada de vivir viajando en un destartalado remolque, y le gustaría poder asentarse algún día, tener una casa y llevar una vida normal. Ella quiere asegurarse un futuro, y no comparte el desinterés de la troupe por el dinero y el bienestar. La suya es una libertad impuesta, que ya le va pesando como una condena.

En su desafío personal Laura (Jasmine Lamée) encuentra una aliada en la profesora Patricia (Sophie Lorain), que descubre su gran potencial para los estudios y la anima a matricularse en una escuela privada. Por más que le duela al payaso Bill (Patrick Huard), tiene derecho a deicidir sobre su destino. Ahora sabemos que el tiempo le dio la razón en su carrera profesional.