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AZKEN PUNTUA

Frente


Tras el final de la primera Guerra Mundial, la Francia victoriosa cavó una trinchera desde la cual sigue defendiendo un relato trufado de patrioterismo. Desde que el Imperio Alemán decidiera capitular en 1918, todos los 11 de noviembre París disfraza de verdad azul, blanca y roja. Este año, sin embargo, una pintada en Hendaia ha caído como un obús allí donde el lodo cubre la Historia. En efecto, como defiende el grafiti, no hay nada que celebrar, porque la gran mayoría de los soldados que se homenajean, unos seis mil de Ipar Euskal Herria, no fueron al frente por Francia sino que fueron reclutados como carne de cañón de un imperio que perseguía una revancha bélica con la que recuperar Alsacia y Lorena. Cinco años y diez millones de muertos después, París no solo logró hacerse de nuevo con esos dos territorios germanófonos, sino que comenzó también a cavar una fosa común donde enterrar las culturas periféricas. Allí quedaron sepultados el alsaciano, el occitano, el bretón, el catalán o el euskara. Y desde entonces, cuando de aquel barro surgen brotes nuevos, París los gasea desde su trinchera. Hoy, el frente se traslada a Burdeos, porque en su rectorado se ha parapetado el monolingüismo patrio. Tendrán enfrente un millar de voces políglotas armadas de derechos.